Capítulo: 39

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─ Lo siento, no puede llevar eso con usted, debe ir a la bodega, ya se lo dijo mi compañera

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─ Lo siento, no puede llevar eso con usted, debe ir a la bodega, ya se lo dijo mi compañera...─ el hombre estaba cabreado, sé que suelo ser un pelín insistente y obstinado pero es que no quería que el regalo para Leo se estropeara. Me hallaba en el aeropuerto a solo minutos de abordar.

─Bien, de acuerdo.─ le lancé mi mirada de disgusto─ Pero si algo le ocurre, usted será responsable y hablo en serio. ─ Mi amenaza lo sorprendió y los policías se acercaron a preguntar si todo estaba bien cuando claramente habían oído todo. Metidos.

─Sí, todo bien. ─ contestó el hombre enfadado al igual que yo.

Me retiré rumbo a la zona de abordaje, estaba a sólo horas de casa, al fin. El viaje en avión me puso nostálgico, la última vez que subí uno, conocí a Rizos. Me dolía no volver a verla. Era mi amiga...lo fue en todos estos meses. Sólo ella sabe el infierno que pasé estando lejos de casa.

No pude dormir en el viaje a pesar de que era de noche, no avisé a nadie que sí iría y me arrepentí al bajar y que nadie esté esperando para ayudarme con las cosas, que por cierto, eran muchas. Me puse generoso con los regalos. Por suerte el más importante de todos estaba sano y salvo, Leo tendría su regalo.

─Campeón, no sabes cuánto me alegro de que estés bien, en vedad estaba volviéndome loco de no saber si viajaste bien o no, pero te ves muy saludable...─ lo saqué de su jaula y acaricie su linda cabecita, y casi me aturde al pararse en dos patas y darme un sonoro cabezazo, me quedé oyendo su ronroneo, fuerte y claro.

El regalo para mi ahijada, seria, un hermoso gato de ojos verdes, pelo negro azabache y peludo. Que me salvó la vida...

Ayer cuando corté la llamada con Thiago salí a intentar despejarme, estaba devastado por la reciente partida de rizos, la llamé varias veces pero me dio al buzón. Iba caminando por las calles que habíamos conocido con ella, la gente lucia feliz, incluso el puto destino me cruzó con varias parejas felices, iban de la mano, paseando, haciéndome querer tirarme en el primer puente que encontrara. Al llegar a una esquina, absorto en mi mente y el caos que en ella había, pensando y sobre pensando, tratando de idear un plan de qué carajos haría, si volver a casa o si quedarme y decepcionar a Thiago, estaba abrumado a tal punto que no miré el semáforo y estaba por cruzar, y a sólo un instante de que lo hiciera y un inminente camión me arrollara y posiblemente matara, un punzante arañazo me frenó en seco volviéndome a la realidad, era mi pequeño amigo, me miraba y se restregaba contra mis piernas como disculpándose por su acción, sus grandes ojos verdes me miraban con cariño, como si fuese mi mascota y yo su dueño, sentí el zumbido del camión y me sobresalte, recién ahí fui consciente de lo que estaba por hacer. Un michí, negro, considerado de mala suerte por gente estúpida, me había salvado la vida, lo tomé en brazos y salí en busca de sus dueños pero me encontré perdido cuando un pescadero me dijo que es callejero y que él solía alimentarlo en ocasiones. Y así fue que lo metí a escondidas al hotel y le hice un lugar en mi habitación y de inmediato comencé a tramitar permisos y averiguar cómo sacarlo del país y llevarlo conmigo, ambos estábamos solos en este país.

DULCE POETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora