Epílogo

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—¡Christopher muévete! Levanta tu trasero de ahí y trae a Alex. Tengo que bañarla y vestirla, luego tengo que arreglarme yo, no puedo estar como pordiosera cuando los invitados no tardan en llegar.

Caminaba y gritaba por toda la casa, el día había sido demasiado agotador y lo peor es que nada había comenzado aún. Preparábamos la celebración del primer año de nuestra hija Alexa y Chris no dejaba de jugar con ella en el cuarto de juegos, preparado especialmente para la pequeña.

—Te dije que le dejaras el trabajo a los expertos cariño, tu no hacías nada más que ver y aún así estás cansada y estresada

—Chris guarda silencio si no quieres dormir hoy en el sofá. —su cara de perrito regañado provocó las risas de Alexa y mías.

—beso a papá Alexa. —ella besaba una mejilla de Chris y yo besaba la otra. Las carcajadas de nuestra hija resonaban en la casa apenas unos cuantos dientes se asomaban en sus encillas y sus manitas aplaudiendo me llenaban de vida y dicha.

Después del día que me pidió matrimonio sin fecha, pasaron dos años hasta que dimos el si frente al altar, uno de los días mas felices de mi vida, rodeados de nuestros amigos, familiares y personal de la empresa de la cual Christopher tuvo que hacerse cargo junto a su tío Alejandro.

Hubo música comida y bebida por doquier, no quería que fuera tan ostentosa pero al final me convencieron que uno solo se casa una vez en la vida y debía aprovechar al máximo la posibilidad de tener una boda de ensueño. Por lo menos yo estaba segura que solo me casaría una vez.

Recuerdo la borrachera que nos dimos esa noche, copa tras copa, baile tras baile, tanto que no pudimos disfrutar de nuestra noche de bodas y al siguiente día amanecí con la peor resaca de mi vida. Nuestra luna de miel la pasamos en Brasil, bailando samba y bebiendo caipirinha, fiestas y sexo ilimitado por un mes.

Nos mudamos a una verdadera casa que Chris y yo diseñamos, claramente todo el trabajo lo hizo él. Recidíamos en las afueras de la ciudad, donde se respiraba tranquilidad y paz, comenzamos a ser una familia de verdad, a construir nuestra propia familia.

Dos años después salí embarazada, tenía veinticuatro años cuando un día por la tarde la prueba de embarazo dio positivo, mis amigas brincaban y gritaban felices porque serían tías, mientras yo lloraba sobre la cama, tenía sentimientos encontrados y llorar fue mi única solución.


No sabía si estaba preparada para la aventura de ser madre, pero Chris se encargó de hacerme ver lo maravilloso que sería hacer el trabajo juntos. Aprender codo a codo, incluso tomamos cursos para padres y así tener algo de idea de lo que se avecinaba.

El día de mi parto fue todo un caso, los doctores no tuvieron solo una persona que atender; tenían a una mujer en trabajo de parto y un padre que se le bajó la presión al ver a su hija salir de la vagina de su mamá.


El grito de la enfermera llegó a mis oídos y la concentración que tenía al pujar se fue opacada por ver a mi marido tendido en el suelo desmayado por la impresión, me causó mucha gracia pero también una inmensa ternura.

Sentir a mi bojote de miel entre mis brazos y darle mi calor era la sensación mas hermosa de toda mi vida, otro de los días más felices de mi vida fue su llegada. ¿Qué mas podía pedir? Todas los curso tomados en aquel taller para padres primerizos se vieron olvidados cuando por instinto supimos como cuidar, atender y consentir a nuestra hija.

Era la luz de todos los que estábamos a su alrededor, llena de tíos y abuelos. Menos uno.

Era feliz, una mujer plena llena de amor y felicidad. El timbre de la casa sonó sobresaltándome aún no estaba lista faltaba peinar a Alexa y maquillarme. La bebé ya estaba lista con su disfraz de abejita, la decoración de la fiesta se trataba de eso, debido a su sobrenombre de bojote de miel.

Dulce PerdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora