Capítulo 8

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Marcos estaba de espaldas a mi cuando lo dije, se dio la vuelta tan rápidamente que me sobresalté, me miró ladeando la cabeza y con los ojos ligeramente entornados, dudoso.

-No sé qué me gusta más, saber que voy a besarte, o haberte escuchado pedírmelo.

Observé su boca, sonriente y entreabierta, paseando su lengua entre los dientes al mismo tiempo que se humedecía los labios.
Si algo me gustaba de Marcos por encima de muchas cosas, eran sus besos, solo con imaginarlo un escalofrío me recorrió el cuerpo entero y de pronto empecé a sentir calor, mucho calor.
Suspiré profundamente y di un paso atrás hasta quedarme apoyada contra la pared, Marcos seguía acercándose a mí, parecía hacerlo a cámara lenta, como si quisiera retrasar el momento.
Colocó su mano en mi cuello, sujetándome el mentón y provocando que inclinase la cabeza hacia atrás y con su otro brazo me rodeó por la cintura con la palma de su mano sobre mi espalda.
Su cuerpo me presionaba contra la pared, estaba tan cerca que cuando hablaba sus labios rozaban los míos.

-Hace diez minutos he prometido que entre nosotros no volvería a pasar nada y míranos ahora-dijo.
-Tienes razón, esto no debería estar pasando...
-También dije que te besaría si me lo pedías, y lo has hecho. ¿Quieres que pare?
Negué con la cabeza- ¿Tú quieres parar?

No respondió con palabras, lo hizo con un beso cálido, profundo y provocador.
Tuvimos que hacer verdaderos esfuerzos para separarnos, nuestras bocas eran piezas que se acoplaban con tal perfección que resultaba casi imposible desencajarlas de nuevo.

-Creo que ésta sí es una buena forma de terminar el año- dijo.

No se me borró la sonrisa de la cara durante el resto de la noche.
Mientras cenaba recordé que Marcos me había comentado en alguna ocasión que le gustaban Fito y los Fitipaldis, conecté el ordenador y busqué una lista de reproducción, no había escuchado mucho de ellos, salvo alguna vez en la radio y sin prestar atención a las letras.
Pero como siempre ocurría con la música, por arte de magia apareció aquella canción perfecta para recordarle, y que se convertiría desde aquella noche en parte de la banda sonora de mi historia con Marcos.

Qué tiene tu veneno que me quita la vida sólo con un beso
y me lleva a la luna y me ofrece la droga que todo lo cura.
Dependencia bendita, invisible cadena que me ata a la vida.
Y en momentos oscuros, palmadita en la espalda y ya estoy más seguro.
Se me ponen si me besas rojitas las orejas.
Pon carita de pena que ya sabes que haré todo lo que tú quieras.
Ojos de luna llena, tu mirada es de fuego y mi cuerpo de cera.
Tu eres mi verso, pluma, papel y sentimiento,
la noche yo y tú la luna, tú la cerveza y yo la espuma.
Se me ponen si me besas rojitas las orejas.

Habíamos quedado en vernos el jueves de la semana siguiente, después de Año Nuevo.
Esa tarde cuando entré en el bar me sorprendió ver que Silvia estaba allí sola.
Marcos había ido a la bodega que tenían junto a la cocina a por unas botellas y me senté con ella.

-¿Dónde están Alberto y Belén, no vienen hoy?- pregunté.
-No, hoy solo estoy yo. He pasado por la puerta y al ver a Marcos entré a saludar. ¿Qué haces tú aquí?
-Ha quedado conmigo- dijo Marcos desde el fondo- estaba esperándola, así que te agradezco la visita pero nos tenemos que ir.

Marcos habló con Vicente, cogió las llaves del coche, salió de la barra y vino directo a mí.

-¿Nos vamos? Llegamos tarde- dijo.

Le miré sin saber qué hacer, no había quedado con él para ir a ninguna parte y no entendía lo que estaba pasando, pero me hizo un gesto con la cabeza así que me levanté y le seguí sin decir nada.

-¿Marcos, dónde vamos?- dije una vez que salimos del bar.
-A ninguna parte, a donde sea. Solo quería salir de ahí, si no lo hacíamos, Silvia no iba a marcharse y quería estar a solas contigo, tengo que contarte algo.

Marcos y LucíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora