Marcos había dejado el coche en un parking cerca del hotel, tardamos unos treinta minutos en llegar a su casa.
No hablamos mucho durante el trayecto, algunas frases sobre el tráfico y lo diferente que era conducir en una ciudad tan llena de gente, el resto fueron silencios compartidos y miradas cómplices, mientras escuchábamos una canción que sonaba en la radio.
Me estremecí al sentir el contacto de su mano sobre mi pierna, acarició el interior de mi muslo sin apartar la vista de la carretera y sonrió con picardía al notar mi reacción.
Podían existir muchas razones por las que Marcos y yo estábamos juntos aquel día, pero los dos sabíamos que, en aquel momento, la razón principal era una sola, el sexo.
La atracción física que seguía existiendo entre nosotros era innegable y los dos nos rendimos a ella.
Ya había anochecido cuando llegamos al portal, me puse un poco nerviosa mientras subíamos las escaleras, y aunque intenté disimularlo, las piernas comenzaban a temblarme otra vez.
-No esperes gran cosa, es un piso pequeño.
-¿Recuerdas mi casa? Vivo en una lata de sardinas, cualquier casa con más de una habitación ya me parecerá un palacio.
Se accedía directamente al salón, era pequeño, pero tenía un sofá bastante grande.
Un montón de libros y revistas se apilaban encima de la mesa y apenas había decoración, solo una televisión enorme de pantalla plana y un tablón colgado en la pared, en el que Marcos y su compañero apuntaban los turnos de trabajo.
Me hizo un tour rápido por el resto de la casa, la cocina, el baño, la habitación de su compañero, y, por último, su habitación.
Apartó una bolsa de deporte con algo de ropa que tenía en una silla y la dejó en el suelo.
-Puedes dejar ahí tus cosas- dijo- siento el desorden, no esperaba visitas.
-Tranquilo, no pertenezco a la patrulla de limpieza, no he venido aquí a hacer una inspección.
-¿Y a qué has venido?- preguntó sonriendo.
-Aún no estoy segura, pregúntamelo mañana.
Dejé el abrigo y la bolsa y observé con detalle la estancia.
Tenía un armario que ocupaba toda la pared, una cama grande y un escritorio junto a la ventana, en el que había un portátil y otro montón de libros apilados.
-Tienes el pelo más largo- dijo colocándose a mi espalda mientras jugaba con sus dedos enredando algunos mechones.
Me giré apoyándome en el escritorio y acaricié sus mejillas.
-Extraño tu barba, te recuerdo con ella, la última vez que te vi aún la llevabas.
Ahora todo era diferente, esta vez no había lágrimas, pero recordé esa última vez que habíamos estado juntos y me invadió una sensación extraña que Marcos hizo desaparecer en cuanto sus labios rozaron los míos y sus manos se posaron en mis caderas, atrayéndome hacia su cuerpo.
-Marcos ¿qué estamos haciendo?
-¿Tu qué crees?- dijo sonriendo, mientras mordisqueaba mis labios.
-Bueno, ya sé lo que estamos haciendo, pero... ¿crees que está bien?
Marcos seguía besándome y sus manos empezaban a perderse por debajo de mi jersey.
-Ya lo creo que sí. Ayer cuando te vi... estás increíble Lucía- susurró al tiempo que seguía deshaciéndose de mi ropa.
Besó mi cuello colocándose a mi espalda, desabrochando el sujetador y girándome de nuevo frente a él.
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Marcos y Lucía
Teen FictionLucía es una chica de 24 años, insegura y llena de complejos. Marcos tiene 27 años, es un chico atractivo, divertido y seguro de sí mismo. Una leyenda japonesa da comienzo a ésta historia llena de dudas, miedos, atracción, sexo, lágrimas, rupturas...