Nuestra complicidad era evidente a los ojos de los demás, siempre lo fue, aun cuando Marcos y yo solo compartíamos una amistad.
Aunque habíamos optado por ser discretos en cierto modo, pocas semanas después, todo el mundo daba por hecho que estábamos juntos.
Lógicamente Marcos había hablado con Alberto, al igual que yo lo hice con mis amigas, pero no necesitamos verbalizarlo ante el resto de la gente que acostumbraba a vernos, mi compañera Estela, Maite la dueña de la librería, y los clientes habituales del bar con los que teníamos trato.
Vicente, Loli y Rocío también lo sabían, y aunque insistí en pedirle a Marcos que delante de sus padres fuese un poquito más discreto, en algunas ocasiones seguía haciéndome sonrojar con sus comentarios o robándome algún beso que su familia presenciaba con sonrisas y miradas cómplices.
Adquirimos una especie de rutina, nos veíamos todos los mediodías y casi todas las tardes, y cuando no podíamos hacerlo, nunca faltaba un mensaje o una llamada a última hora de la noche.
Algunas veces nos quedábamos en el bar y otras Marcos venía a buscarme a la tienda y salíamos a dar una vuelta, y los fines de semana los alternábamos, uno lo pasábamos juntos y el otro lo dedicábamos a amigos y familia.
Yo tenía mi noche de chicas y Marcos salía con Alberto algunos sábados y los domingos los pasaba en la parcela.
A finales de marzo, coincidiendo con Semana Santa, Vicente y Loli se fueron a pasar unos días a la playa.
Rocío y Ángel, su marido, tenían vacaciones, ellos cubrirían las horas del bar por las mañanas mientras Marcos iba a clase y después de comer era Marcos el que se hacía cargo, así su hermana también podía pasar las tardes libres con su familia.
Susana, Elena y Marta se marcharon esos días a una casa rural, pero yo tenía que trabajar el sábado, en la empresa no nos dejaban coger libres esos días, así que cuando salía de trabajar por las tardes me iba con Marcos, le hacía compañía hasta la hora del cierre y después me llevaba a casa.
El jueves y viernes como eran festivos y yo no trabajaba, aproveché las mañanas para hacer comida y algo de limpieza en casa y me iba al bar después de comer, coincidiendo con el cambio de turno de Marcos y Rocío.
Fueron días muy divertidos y lo pasamos muy bien juntos.
Yo nunca había trabajado en un bar y no tenía ni idea de lo cansado que era, pero aprendí algunas cosas sobre vinos, Marcos me enseñó a usar la cafetera y rompí un par de vasos por no saber llevar la bandeja con una sola mano.
El viernes cuando llegué Marcos aún no había bajado, estaba en casa con Alberto instalando un programa en el ordenador y apareció unos minutos después.
Alberto se quedó un rato charlando conmigo y le propuse preparar una cena con las chicas, así Belén podría conocerlas un poco más.
A Marcos también le pareció buena idea que en alguna ocasión reuniésemos a nuestros amigos, así que acordamos organizarlo para el mes siguiente.
El bar estaba en una zona relativamente tranquila, era un bar de barrio y los festivos y fines de semana solían ser tranquilos, pero a media tarde empezó a llover y se llenó de gente.
A penas tuvimos tiempo de parar a descansar ni cinco minutos.
Mientras Marcos atendía a todo el mundo yo le ayudaba como podía sirviendo algunas consumiciones, rellenando los servilleteros, recogiendo y limpiando las mesas que iban quedando libres y poniendo lavavajillas.
Eran casi las 11 de la noche cuando el local se quedó vacío.
Él aprovechó a rellenar las cámaras y yo me quedé barriendo el suelo y colocando todo el mobiliario, parecía que había pasado un huracán por allí.
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Marcos y Lucía
Teen FictionLucía es una chica de 24 años, insegura y llena de complejos. Marcos tiene 27 años, es un chico atractivo, divertido y seguro de sí mismo. Una leyenda japonesa da comienzo a ésta historia llena de dudas, miedos, atracción, sexo, lágrimas, rupturas...