Capítulo 3 : Reunión

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Ana se ve desvelada por el rayo de luz que traspasa su ventana y llega directamente hacia sus ojos, impidiéndola conciliar el sueño de nuevo.

Su cabeza palpita como si acabaran de darla una paliza y se promete a sí misma que no volverá a beber nunca.

Se levanta despacio de la cama y corre las cortinas de la habitación. Aunque no le agrade que por las mañanas la despierte, Ana no está en contra de la luz solar.

Se coloca una bata sobre su pijama de invierno y sale de la habitación. No es que sea invierno, en realidad tan solo es doce de octubre, pero la temperatura no se amolda siempre a la estación. Además, Virginia no es el sitio mas cálido de Estados Unidos, ni mucho menos. Aunque, en verano es muy probable que te deshidrates de tanto sudar, a no ser que tengas aire acondicionado. 

Cuando Ana va bajando las escaleras puede ver el perfil izquierdo de Lucas sentado en un taburete de la cocina, que está unida con el salón. Ella ni si quiera se molesta en preguntar por qué está allí. Desde que eran pequeños se ha convertido en rutina pasar prácticamente las veinticuatro horas del día juntos. Por eso los dos días que ha estado ignorándole se le han hecho eternos y supone que a él también. 

—Buenos días, dormilona —dice su madre mientras la deja un plato de tortitas y un zumo en la encimera.

Lucas se limita a sonreír y a invitarla a que se siente a su lado para desayunar.

—Buenos días —dice ella un poco aturdida—. ¿Cómo es que has preparado tortitas? Hace siglos que no las hacías. 

—Es para que te suba un poco el azúcar, lo mismo por eso te mareaste ayer. 

Entonces Ana recuerda todo lo que pasó. La fiesta, aquel tío, el collar y como se inventó que estaba mareada antes de que su madre pudiera acercarse a ella y darse cuenta de que había bebido. 

Ahora que recuerda todo se da cuenta de que tiene que contarle a su madre lo sucedido con aquel colgante. Nunca había visto un objeto levitando por los aires sin que ella hubiera tenido nada que ver.

Ahora decide callarse por el echo de que está Lucas delante y ni si quiera a él ha podido contarle lo de sus extraños poderes.

—¿Dónde vas? —le pregunta a su madre, que está cogiendo su bolso.

—A trabajar.

—Mamá, ¿quién trabaja los domingos?

—Eso mismo he dicho yo —comenta Lucas sonriente. 

—Las enfermeras majas que se quedan con los turnos que nadie quiere, esas personas trabajan los domingos.

Ana se ríe mirando con ternura a su madre.

—¿A qué hora vuelves?

—Sobre las seis estoy aquí, he dejado macarrones de ayer en la nevera. Si vuelves a encontrarte mal llámame.

Parece preocupada, aunque no en exceso. Pero  aún así Ana se siente culpable.

—Tranquila señora Robinson si se encuentra mal yo mismo la avisaré si es necesario.

La mujer sonríe de oreja a oreja, siempre le ha gustado ese chico. Un día hasta llegó a decirle a Ana que si no se lo quedaba ella misma lo haría. Estaba bromeando, por supuesto. A la señora Robins no le iban los jovencitos, además había estado sola mucho tiempo y no tenía planes de que eso cambiara.

—Eres un cielo Lucas. Os quiero, pasadlo bien —dice antes de marcharse. 

—Me siento un poco mal por hacer que se preocupe  —dice Ana en cuanto se cierra la puerta.

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