Capítulo 7 : Collar

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Al salir de la ducha, Ana revuelve su bolsa en busca del pijama de invierno que suele ponerse. Tampoco hay mucho que revolver, sólo hay dos pares de camisetas de manga corta, unos vaqueros, una chaqueta, fotos y su móvil.

Su móvil. Después de ponerse el pijama lo coge y ve que tiene una llamada perdida de Lucas de después de irse, y un mensaje de Claire que dice lo siguiente:

"¿Qué tal con Lucas en la fiesta? Vi como os ibais juntitos. Aunque por muy bueno que esté no me das ninguna envidia… El tío que conocí besaba de muerte, además estaba buenísimo. ¡Me ha tocado la lotería!"

No puede evitar sonreír al leerlo. Hasta que empieza a pensar en que tal vez a partir de ahora ya no haya más mensajes así en su vida. Tal vez lo único que la espere sea huir de ciudad en ciudad hasta que muera de vieja o a manos de uno de esos cazadores. 

Los odia. Por poner su vida patas arriba de esta manera, por matar a Ruth, por robarle a su verdadera madre… 

No puede imaginarse a Jake haciendo nada de eso. Sabe que es distante y frío, pero no se lo imagina haciendo daño a personas inocentes. Lo malo es que sabe que lo ha hecho, eso es lo peor. 

Toda su vida ha creído que alguien que es capaz de quitar la vida a una persona no tiene sentimientos, pero él los tiene. Hace un momento ha podido sentirlo, es infeliz. Y eso, sumado a la necesidad del chico a ayudarla, hace que tenga esperanza en él. 

Sabe que si Jake quisiera podría estar muerta en una fracción de segundo, pero no lo está. Y la sensación de protección que siente,  supera al miedo y al enfado por goleada en estos instantes.

Coge la ropa sucia del suelo y abre la puerta sin dudar. 

Jake está de espaldas, tirando los cojines de una de las camas al suelo.

Lleva un pantalón de pijama a cuadros, nada más. No lleva camiseta y va descalzo. 

Gracias a eso Ana puede fijarse en las numerosas cicatrices que ocupan la piel de la espalda del chico. Por un instante siente lástima por él.

Ella ni si quiera se da cuenta de que se le ha quedado mirando por demasiado tiempo hasta que un sonido casi imperceptible hace que recupere la consciencia. 

Mira hacia abajo y ve el famoso collar. 

—Era de tu madre —dice Jake señalándolo mientras ella lo coge.

Ni si quiera sabía que se había percatado de su presencia, pero eso ahora da igual. 

—¿Qué sabes sobre mi madre?

Su voz suena más brusca de lo que pretendía. 

—Sólo que era una bruja muy poderosa y que creó uno de los objetos mágicos, supongo que ese es —señala el collar—. Nunca había visto uno hasta ayer, no me lo imaginaba así. 

—¿Nunca habías visto un collar?

Él sonríe por un segundo y Ana casi puede sentir ese instante de alegría dentro de ella también.

—Me refería a los objetos mágicos, nunca había visto uno. 

—¿Qué es eso?

—Niña, haces demasiadas preguntas…

—No soy una niña, cumplí los diecisiete hace unas semanas —le corta rápidamente.

—Oh, perdone usted señora. Eres toda una adulta —dice Jake con sarcasmo.

No hay ni rastro de humor en sus palabras, ni si quiera sonríe lo más mínimo. Está completamente serio. 

A Ana le enfada su actitud, pero aún así insiste.

—¿Vas a responderme o no?

Acaba asintiendo.

—Son objetos que han ido creando brujas a lo largo de la historia, pero han ido desapareciendo a lo largo de los años a manos de los cazadores. Matamos… —rectifica—. Matan a las brujas porque piensan que la magia es algo maligno y todo lo que tenga que ver con ella debe ser exterminado. Por eso  destruyen los objetos mágicos.

—¿Tú no piensas eso?

Jake se sienta en la cama que tiene al lado y suspira. 

—Solía pensarlo. Ahora no sé qué creer.

Hay un silencio demasiado largo después de esas palabras. Y, aunque no hablan sus miradas siguen fijas el uno en el otro, hasta que Ana se aclara la voz y mira hacia el suelo.

—¿Para qué sirve el collar?

—No lo sé, cada objeto mágico tiene una función diferente.

—Y, ¿cómo pueden crearse esos objetos?

—Mediante un hechizo. Las brujas antiguas los crearon y fueron pasando a sus descendientes. Probablemente alguna antepasada tuya lo creara y tu madre lo heredara. 

—No lo entiendo, es demasiada casualidad que lo encontrará justo cuando los cazadores empezaron a buscarme y además en mitad del bosque… No tiene sentido, debería de haberlo tenido ella. 

Él se encoge de hombros, sabe que la chica tiene razón pero no puede dar una respuesta, ya que tampoco tiene ni idea de por qué el collar acabó en sus manos. 

—¿Sabes qué fue de mi padre?

La chica no había pensado en ello hasta ahora. Se ha acostumbrado a vivir sin una figura paterna toda su vida y ahora le resultaba extraño hacerse a la idea de que tal vez tenía una en alguna parte.

—No tengo ni idea, posiblemente también esté muerto. 

La normalidad con la que habla de la muerte le pone los pelos de punta a Ana.

—¿Qué llevas ahí? —dice él señalando sus brazos.

—Sólo ropa sucia y mi móvil.

—Dámelo. 

Su brusquedad repentina la sorprende y acaba entregárselo. 

En cuanto lo tiene en las manos lo desmonta de mala gana.

—¿Por qué haces eso?

—Pueden rastrearte si lo llevas encendido, puede que hasta ya lo hayan hecho. Joder…

—Lo siento, ¿vale? No había pensado en ello, estaba más ocupada intentando que no me mataran.

Ella suelta la ropa en el suelo y empieza a quitar los cojines de la otra cama. 

Después se sienta sobre ella y antes de taparse con las sábanas observa el collar sobre la mesilla de noche. Siente la necesidad de ponérselo, es como si así pudiera tener una parte de su verdadera madre con ella. 

Lo coge e intenta abrochárselo, pero, después de unos cuantos intentos, no lo consigue.

***

Jake se acomoda en su cama, pero le es imposible relajarse con la luz que proviene de la lamparilla de Ana.

Cuando se gira para decirla que la apague ve como intenta ponerse el collar. 

—¿Quieres que te ayude?

Ella se gira y niega con la cabeza.

Es una de las chicas más cabezotas que ha conocido, y eso que ha conocido a muchas chicas.

A pesar de la negativa, él se levanta de la cama y se dirige hacia ella.

Cuando sus manos rozan la piel de su cuello la chica tiembla levemente. O tal vez son sus manos las que tiemblan, no hay manera de saberlo.

—¿Sabes? Podrías estrangularme ahora mismo, volver con los tuyos, y todos tus problemas acabarían. 

Lo dice en serio y él sabe que tiene razón, pero no piensa hacerlo.

—No voy a matarte.

—¿Por qué? —le pregunta, por segunda vez en el día.

Piensa bien en ello antes de responder.

—Algo tan bello no debe morir. 

Es lo único que dice antes de volver a la cama. 

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