Las incomprensiones (IV).

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Desdibujamos las curvas pintarrajeadas en las sábanas. Desdeñamos la habitación con sudor y vapor. Corrompimos el pudor de un cuarto. Comprometimos la reputación de nuestra desolación.

Rompimos con la soledad de un único golpe. De un grito invocamos a todos los antepasados. Nos entregamos, durante una eternidad, para descubrirnos el uno al otro. Caímos en el juego sin desfallecer.

Recorrimos el destello de la acción con madurez férrea puesto que parecía que la desesperación nos había aprisionado. Tanto tiempo buscando el amor y haberlo encontrado parecía un milagro y no un acto de fe.

Es necesario arrancarnos la piel. Respirarnos.

Nos olvidamos de procrear al amor y terminamos inventando verbos en la cama. Inventamos eufemismos para sustituir este cariño sintético. Nos arrancamos la memoria. Cualquier intento de hurgar en el pasado podría hacernos perder todo lo que se había logrado.

Ya no necesitamos perder la nada ni mucho menos ganar el todo.

Hay un concepto, pero no el indicado.

Hay una realidad en la noche pero carece de paz.

Entre el silencio seguiremos oyendo los crudos ajetreos de los latidos. Mi rostro, recostado en tu pecho, oirá el golpeteo de tu sangre, como una especie de quejido retumbando contra tus venas.

Susurrarás, suavemente, que se invente pronto una forma de detener el tiempo.

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