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He tomado "un libro maltratado" y me he puesto a escribir cientos de notas al aire. Estoy mezclando una y otra cosa. Esta enfermedad me matará.

He rayado cada línea y he devorado cada párrafo, sin saber. Te he levantado del suelo, aun cuando la nada te ha arrojado.

Hace a penas unos días lograba confirmar mi eterna curación de todo el daño que me has causado. Sueño, lentamente, con representar algo a la medida de mis miedos; quiero deletrear algo que la crítica no destruya por donde se le tome: tu escultura hecha letras, una admiración voraz, la bomba atómica lanzada por tercera vez.

Divago con las circunstancias. Debo confesar también el consumo unilateral de fármacos para mitigar todo aquello que vive dentro de mí; no es un juego, no es una cofradía, no es tampoco un circo para el electromagnetismo ni para los hombres de bata blanca. No. Es una cárcel para el hombre de las vivencias. "Qué aburrido, qué aburrido". No quiero confesar más que esta intrépida obsesión en la que vivo y nada pasa, en donde la incoherencia y la verborrea son solo eso: nada fenomenal.

Ya no pido que regreses a soportar de las ocasiones llenas de ira y desenfreno; de las noches bajo la cobija incierta de no saber si la almohada algún día nos llamaba. La soga es una pendiente. El mundo grita feroz. Han pasado más de cien lunas y aun sigo preguntando si realmente amaneció desde que partiste. Tu fantasma indeleble se quedó atado a una huella o a una letra; la terminal pomposa, el sueño intangible. ¿Qué es un hombre frente a una palabra? ¿Qué es una voz atrapada en el recuerdo? Solo por eso se soporta el eco del pasado.

No invocaremos a nadie para intentar revivirnos. Las noches están hechas para ser eternas. Solo el viento y esta enfermedad traerán cobijo a los vacíos propuestos; sé que con tu ausencia elaboraré una justificación para no desvanecer entre el intento y la consumación.

El dilema marmóreo y la mortaja llena de hojas vacías, sueños quemados; nexos en cada oración para salvarme de todas las ocasiones que no nos encontramos, de las veces en que la casualidad no pudo presentarte y de la violencia ajena. De los disparos sin dirección, de las muecas y gestos impávidos. Una luz tenue cubre la habitación donde guardamos los lienzos y las promesas entre cartas sin remitentes; voces llenas en la pared y desgarraduras entre el sudor y fragancias varias.

He dormido bajo todos los cielos posibles, sobre todas las azoteas de los hoteles en la Ciudad de México que, francamente, no recuerdo si alguna vez amaneció tras tu partida.

Nota #

Sigo pensando en las veces aquellas que, la necedad, me hizo ir en tu búsqueda. Te hallé bajo el candelabro de la esquina roja o, realmente, no recuerdo si fue entre los árboles del parque sin nombre. Los relámpagos querían aprisionarnos contra el agua que osaba con derretirnos si nos atrevíamos a saltar.

Qué importó.

Saltamos de charco en charco y robamos la humedad entre las esquinas rotas y los árboles caídos. El pasado venía detrás con la seria intención de engullirnos. Sin embargo, me tenías sujetado a tu mano. Tu impoluta y protectora mano.

La manifestación más cercana a un milagro se me ha presentado contigo. Tu sombra y la forma de un ángel, la soledad de tus ojos y la visión de tu alma.

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