Amorfos, verborrea y fanfarroneo (I).

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I.

Yo sabía que amaba en ella lo que hasta entonces había amado en cualquier otra mujer: su sexo. Sin embargo, para infortunios y dramatismos de casualidad, porque las historias carecían de aquella incesante picardía, ella poseía algo que hasta entonces no había tenido de otra mujer: conversación. Y a ello le auguraba dos razones; la primera, mi incapacidad de tratar a las primeras damas, a las anteriores a ella. La segunda, la capacidad de ella para, efectivamente, ofrecerme historias por montón. Existía un peligro latente, sin embargo. La hombría se ponía delirante conforme abría sus labios. El cuestionamiento sobre las formas abstractas, el arte bolchevique, la música pagana y, aun más, su entrever por creer que el fuego no es el elemento dominante del mundo material. Todo este devenir de ideas me condujo a comprender que se trataba de la mismísima alma rebelde de la rebelde sin causa, de la rebelde sin forma (una “amorfa”, en la dinámica literaria que me he inventado).

El pasar de los días ha ofrecido una mutación versátil como si se tratase de la nueva experimentación gastronómica de algún grupo intuitivo. Emana la característica de oler a amor; pero nosotros (aunque más terror de ella que mío) le proponemos el nombre de “es lo que nosotros queramos”. En la jerga popular se denomina “libertinaje”. Ella ha acuñado una teoría sensata al juego de “todo parece necesitar un nombre para ser reconocido”. Yo me encuentro estupefacto ante aquella noción; me ha dejado perplejo pensar en que la terminología parece estar presente pero aun así presenta una ligereza de fallas en el mismo (el lenguaje es reducido para definir ciertas cosas; aunque la explicación menos soez para este argumento es deducir que yo desconozco de todas las palabras para expresar tal situación o, en su respectivo caso, no tengo el dejo borgeliano para trazar “algo jamás escrito”).

El reconocimiento es el primer paso para que exista algo. El reconocimiento es la aceptación de que hay algo; y cómo no. Es simplemente el deseo vibrante de una noche y la otra; de la mano por el pont Champlain; su cuerpo siendo rozado por el brebaje de mis manos; mis fobias sociales siendo demacradas y masacradas con el claro de la fría luna. Debo de admitir que todos sus complejos establecen una claridad vívida; la misma que respira mi alma cuando deja ir el cincelado morfínico. Hace tanto tiempo que no fumaba con esta intensidad.

Esta realidad sin formas y prejuicios nos ofrece taladrar una nueva manera de hacer vibrar nuestros cuerpos y de emitir páramos de luz para degradar y reformular todo aquello que había sido escrito con tinta indeleble. No sé, sin embargo, de qué se trate esta opresión de mi pecho contracorriente; parece ser una especie de maldición o la forma afebril de la peste. Los hombres con cabeza de serpiente creen que es un fenómeno sintético relacionado con el amor. Yo suelo creer que he conocido al espíritu efímero que baila sobre el fuego, danza alegre y parece no detenerse. Una ninfa sureña que menea el dejo de su cintura al candor de la llama y al ritmo, insonoro, de nuestras voces a lo largo de un par de miradas.

Siento que la quiero y no se lo he dicho; el sentimiento sigue siendo amorfo, a mi parecer.

II.

Esta noche nos sobra. O quizá nosotros le faltamos. Nos transgrede la luz y nos olvidaron las sombras. Aun cuando tratamos de materializarnos, nos hundimos sin control por el vórtice caótico que se formó sobre el halo acuático de Puerto Escondido.

Visualizo fractales de tus ojos y pienso que en alguno de los sueños te atraparé como cuando se encuentra uno con el azar, con el accidente, con la vida; con los ojitos llenos de fantasmas y la boca llena de oraciones vacías. Esta soledad nos fortalece tanto; por eso no te busco, por eso tú te ciegas a buscarme y defines, nuevamente, la fe.

Yo aun imploro mimetizarnos con la noche, con la noche llena de régimen y fuego. El terror aullándole a la luna y el lobo acechando la muralla de los reinos que fundamos. A lo lejos, nuestras cabezas cortadas por el martirio de la guillotina. El verdugo sonriente. El sueño diseminado con la nota feroz, como si el esperma saliera de su hogar para volverse una pesadilla húmeda.

Tú y yo jugando a nada. Jugando a encontrar algo en el moho, en la mierda, en el perfil estático, en la senda, en el todo. A hallar cordura con la palabra. A materializar el amor por segunda ocasión. A idealizar eufemismos para nuestra pasión.

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