XXIV.

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Quizá vuelva a verte hasta nunca.

Es preciso que dejes una esquirla de tu aroma impregnada sobre el borde de mi almohada. Recuesta tu cuerpo contra la muralla de piedras blancas y empápate al ritmo de mis excesos.

Cuélate, feroz, bajo mi boca y humedéceme con la calidez que solo a tus besos, el demonio, le brindó; déjame probar de tu cuerpo mientras me destrozas la vida pues, es probable, que nunca se repita esta ocasión.

Enciérrate, con llaves de papel, debajo de mi puerta y secuestra los recuerdos mozos dentro de mi corazón.

Llévame hasta la cama en donde, los dos, seguiremos fingiendo que esto no es amor.

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