XIII.

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El mundo enloquece, lentamente. Despabilémoslo. Soltemos una carcajada al aire libre y dejemos que la enfermedad se expanda entre los prójimos. Dejemos la manía y la obsesión; busquemos ahora la rivalidad y el ocio. Ninguna virtud es lo suficientemente grande y ningún defecto es tan notable.

No habrá Sol Naciente en el Este que pueda opacar a la sombra que proviene del Norte. Este lugar seguirá dando hálitos de empuje sobre el mar de la nada. No hallaremos consuelo a nuestros desencantos pues la noche será eterna y la luz jamás volverá a tocar nuestros rostros.

Aquí nos quedaremos, abrazos a la intemperie, con el dejo del frío haciendo añicos nuestra piel, borrando nombres, horarios y dogmas. Esclavizado al papel de víctima y mártir, al juego de adivinar mi nombre entre los restos del naufragio que dejó tu sucio amor.

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