Cranium.

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Un cráneo para mitigar tu ausencia. Un cráneo para invocar las dudas. Un modelo de cristal para dilucidar el futuro y un estilismo de azúcar para disfrutar el entremés de morir y no encontrarse. Una unión ósea que proteja a la colección de gusanos y liendres; las circunvoluciones majas y las cisuras enclavadas, la delgada cubierta del misterio meníngeo, el ardor. Un cráneo a tu medida; para recolectar la piel del cesto, los ojos de la divinidad, el color de la gracia, para robarle el cabello a la aurora y la flama a Ptolomeo.

Un cráneo oculto bajo la mano de la muerte; un rostro empañado con la gloria de haber estado y no haber sido. Un encuentro de la Madre Vieja y el Niño Presuroso. Un cráneo para depositar el vómito y el grito. Una cobertura cadavérica para bailar con la vieja usanza del contorno midriático; asquearse de la costumbre, bañar los ríos con tu sed, mojarse y humedecernos en la calcárea roca, en la piedra caliza, en el artefacto morboso, caer y rebotar contra la Vía Láctea. Correr y volar, correr y correr, ser oro, ser promesa, estamparse contra el suelo sin temor a ser desquebrajado desde el occipital hasta el etmoides.

Un cráneo para besarnos bajo la tierra, para que nuestras esqueléticas armaduras, pueden recorrerse sin temor a desconocerse; un cráneo para encender con llamas el camino inherente y oscuro que nos lleva al precipicio.

El cráneo de tu cuerpo para intentarte revivir.

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