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Sé cómo funciona el amor; lo que desconozco es cómo funciona contigo. Si le añado una letra al contraste de tu imagen y la calma, levantas la voz y exiges que te recree con más añoro. Si seduzco a tu sombra, me reclamas que no desvíe la mirada de tu esplendorosa figura; que, si bien es un hito divino, sueles llenarme de reclamos como si fuese un pobre hombre destinado a ser engullido por el vasto de tu palabra. Por la autoridad de tu aire sobre mí.

Sé cómo funciona el amor, pero no sé qué ocurre dentro de tu cabeza. La última ocasión contabas pequeñas piezas de plástico y formabas nuestros nombres. Fueron tantas que el número solo rebordeaba tus susurros. Recuerdo que fue impar y dedujiste, a partir de ese simple y morboso hecho, que nuestra relación estaba 'incompleta'; que según, una tal Madame Sevú te había contado que 'los números pares obsequiarían una bendición en tu vida'. Me carcajeé para disimular que también me asustaba. No sé muy bien qué haces en mi vida; pero me volverás loco si me quedo una década a tu lado. Aunque, la gente se jacta de decir que ya lo estoy. Nada de eso, no hagas caso; mera pretensión. De seguro que esa locura puede sustituirse con un "deseo desbordante de correr y caminar al ritmo de tus pasos, de jugar a los niños saltando en el pesebre de júbilo, de esperanza [...] de todo".

A menudo pienso que revivo la infancia con tu aroma, me completo infante y me devuelvo grande; como un simple sueño que me sostiene. Eres una nube rosita, una nube aterciopelada, con tus labios, difuminados, pintas el arcoíris de la invención y me hueles a Morel, me hueles a Bioy, como que rebusco tanta palabrería para mezclarme con lo que sea que eres; porque a veces te miro bestia, cuando me devoras con aquella mirada oculta entre las mejillas coral; otras ocasiones visualizo a una zorra que se escapa de mis manos, una que se resiste a ser comida en la inexorable llama del bosque. Otras tantas ocasiones, te identifico con la virgen del pueblo.

En algunas cuantas, recuerdo lo muy 'humana' que eres: cuando gimes, cuando te reencuentro con la espalda arqueada hacia mi cuerpo, cuando tus glúteos golpean contra la pelvis y cuando el rubor cubre de sensaciones extrañas a la meseta alada.

Solo en una ocasión, puedo recordar, te he sentido niña; escondiéndote detrás del armario para no seguir con la extrema insatisfacción de mi gozo y de estos ojos, que podrían matarte; que podrían matarte con la caída del trueno y la lluvia del verano más largo. Huele a diversidad y descubrimiento en todo el hogar, toda la habitación. Hierve el aceite y el sexo de nuestra piel; se desintegra el aroma volátil del sudor, nos esconde una risueña melodía, una marca temporal en las curvas de tus astros.

Ay, cómo invocar tu nombre sin siquiera mencionarlo. Hueles a Márquez, Macondo lo tienes oculto en los besos, la falsa egolatría, el espíritu del feminismo primerizo; revisas a tus 'escritores clásicos'. Yo solo me río de ti.

Hueles a que podría jugar con tus notas y cabellos, a trazar un mapa de clavel, con olor a fresno, con olor a miel. Hueles a una aventura más distante. Quédate, que no sé mucho del funcionamiento dual del amor. Sigo sin entender qué tanto va de la mano toda la teoría taciturna con tu cariño; pero me dices que Madame Sevú también te ha dicho que "arriesgues" el debate, la premisa, que pierdas el estribo y que salgas a perderte bajo el baile del sereno y las estrellas.

Nos persiguen cientos de gotas de la lluvia esteparia y por más que ose deshacernos el tiempo; yo ya te escondí (y te escribí) debajo de un puente, en la calle 'sin nombre', tras el parquecito donde las buganvilias florecen.

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