Capítulo 7 - Donde caben dos, caben cinco.

77 4 0
                                    


Capítulo 7 – Donde caben dos, caben cinco.

No dejaba de pensar en lo a gusto que me sentía al hablar con ella, en lo feliz que me sentía al saber sobre los avances de mi padre y su madre, parecía que de un momento a otro se casarían. Os lo juro, mi viejo estaba totalmente emocionado con Rosaly.

Cuando casi habían pasado dos semanas, mi padre me informó que su amada y sus dos hijos vendrían a pasar las navidades con nosotros, casi me pongo a saltar de alegría.

Quería volver a verla, en persona, y estaba demasiado ansioso por ello. No era algo típico en mí, estar así de nervioso por volver a ver a una chica.

El día 23 llegó antes de lo que había esperado, y con ello mi nerviosismo aumentó, no sólo porque se acercaba la noche de caza que tanto había estado preparando, tendría carne fresca y a montones esa noche en la discoteca, sino porque, mi padre había invitado a pasar desde el 23 hasta el 31 a su nueva novia y mis dos nuevos hermanos.

Cuando ella llegó los ayudé a descargar, habían traído tres maletas, una para cada uno, pero, aun así, quería ser un buen anfitrión.

- Mi padre no quería que fuese raro para vosotras – le explicaba a Rosa, mientras llevaba las tres maletas escaleras arriba, pues mi padre aún no había llegado del trabajo y no podía comunicárselo el mismo – así que ... ha preparado un cuarto para cada uno de vosotros, para que estéis cómodos y ...

- No había necesidad de eso – aclaraba la mujer, ayudándome con su maleta al llegar a la playa superior – ya que Lucas se marchará pasado mañana, tiene que pasar el resto de las navidades con sus suegros.

- Oh, bueno... - comencé, sin saber exactamente qué decir, haciendo que Nuria llegase hasta mí, cogiese su maleta y me sonriese divertida - ... ey - la llamé, haciendo que ella riese y siguiese caminando hacia su habitación.

- Ten cuidado con Nuria – aclaró su madre, haciendo que me quedase mirándola sin comprender – no le sigas tanto el juego.

Rosa siguió su camino hacia su habitación, y yo me quedé algo sorprendido por sus palabras. ¿a qué se refería con aquello? ¿por qué su madre hablaba de aquella forma sobre su hija? Siempre pensé que se llevaban bien.

La convivencia aquel día fue buena, demasiado buena. Y yo me sorprendí una vez más, cuando la vi sonreír por todo, parecía tan feliz, que me animaba a serlo también al estar cerca de ella. Pero pasaba algo raro, sabía que algo iba mal entre ella y su madre, pues tan pronto como la mujer la veía sonreír o reír por algo que había dicho yo, la agarraba del brazo y negaba con la cabeza, provocando que la sonrisa de aquel bello ángel desapareciese por unos minutos.

Esa noche, cuando recogíamos la cocina después de la cena, ella ni siquiera me dirigía la palabra, parecía incómoda conmigo, aunque luego me di cuenta que no era mi culpa.

- Esto es tan injusto – comenzó Lucas, secando los cubiertos que su hermana acababa de fregar - ¿por qué nosotros tenemos que recoger la cocina?

- Es porque Jack y mamá han cocinado – explicaba ella – es justo que ahora nosotros... - pero ella no pudo terminar su frase, porque en ese momento el móvil de su hermano sonó, y él dejó todo lo que estaba haciendo y se fue al patio a cogerlo – ya se ha escaqueado.

- Yo te ayudo – la calmé, agarrando el cuchillo y el trapo que Lucas había estado secando, y proseguí con ello.

Miré hacia ella, que seguía con su trabajo, con un medio moño sobre su cabeza, dejando ver un poco de su cuello, lucía tan inocente de aquella forma. Pero no fue eso lo que llamó mi atención, sino una especie de cicatriz que le sobresalía un poco.

¿cómo se habría hecho aquella cicatriz? Es lo que no podía dejar de preguntarme una y otra vez. Aunque aquello no fuese de mi incumbencia.

- ¿puedes hablarme sobre algo? – preguntó, tras un largo rato en silencio – no me gusta el silencio.

- ¿compraste algo para Jack? – quise saber, pues ella me había confesado días antes que aún le estaba dando vueltas al regalo de navidad de mi viejo.

- Ya lo tengo – aceptó, con una enorme sonrisa en su rostro – pero es una sorpresa, no te diré nada.

Reí ante aquello, provocando que ella también lo hiciese, al mismo tiempo que Lucas llegaba a la cocina.

- ¿qué es tan divertido? – preguntó hacia su hermana, provocando que esta volviese a ponerse rígida y seria, dejando de reír, prestando toda su atención a la olla que refregaba.

- Hablábamos sobre los regalos de navidad – expliqué, haciendo que este sonriese con malicia, cómo si supiese algo que yo no.

Todos veíamos la tele, o más bien casi todos, porque ella estaba en el jardín, junto a la piscina; que en aquella época estaba vacía y cubierta por una lona; sentada en el porche, jugando con las tortugas que ya eran casi como mi mano de grande.

- ¿qué haces aquí tan sola? – pregunté, justo después de escabullirme sin ser visto del salón, haciendo que ella pegase un respingón y se pusiese de pie de un salto, totalmente asustada – ey, no pretendía...

- El sonido de la noche me relaja – admitió, volviendo la cabeza hacia un árbol, donde podía escucharse el chirriante sonido que hacían los gritos al cantar – el silencio es lo que me asusta.

- Oye – la llamé, sentándome en el poyete, haciendo que ella lo hiciese también – ahora que somos hermanos, puedes contarme cualquier cosa.

- Por supuesto que te las contaré todas – aceptó, con una sonrisa en el rostro – todas las cosas que me hagan sonreír.

- ¿y las que te traen tristeza? – indagué, sabiendo que esa era la clave, pero ella negó, para luego mojar sus labios, nerviosa.

- ¿de qué sirve contarte las cosas tristes? – preguntó algo decaída al hablar con ello – si es triste, tan sólo te hará sentir mal – explicaba – la gente no debería compartir las cosas que hieren a uno, sólo alargarán el dolor si lo comparten.

- ¿no piensas que te hará sentir mejor contarlo?

- Por supuesto que no – explicaba – tan sólo lo reviviré, y encima haré que otra persona también se sienta mal por ello. Entonces, ¿qué hay de bueno en contarlo? – me espetaba – de todas formas, la gente, normalmente, huye de las cosas malas, así que... es mejor no contarlas.

- ¿tan malo es? – pregunté con curiosidad, haciendo que ella negase con la cabeza, intentando quitarle importancia al asunto – Bueno, en ese caso, no hace falta que me cuentes las cosas malas – aseguré, intentando hacerla sentir mejor – pero si en algún momento te sientes mal y necesitas que alguien te abrace, puedes acudir a mí, te abrazaré sin preguntar nada.

Ella sonrió ante aquella revelación y luego volvió a meter un trozo de ramita que tenía en la mano en el estanque de las tortugas, haciendo que estas se peleasen por conseguir aquella cosa nueva que había entrado en su territorio.

Continuará...

Continuará

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Después de Ella | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora