Capítulo 8 - Endulzar lo amargo.

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Capítulo 8 – Endulzar lo amargo.

Narrado por Nuria.

El día de navidad fue insoportable, no dejamos de hacer preparativos: adornar la casa, envolver los regalos, preparar la comida, recoger las habitaciones, y un largo etc.

Sin contar que teníamos tan sólo tres baños en la casa, y éramos cinco personas para arreglarnos para la noche.

Mamá se metió en el baño de Jack antes de que este lo hubiese hecho, aunque creo que al final terminaron haciéndolo juntos. Lucas se metió en el de Hugo, ya que yo había ocupado el de la planta de abajo para darme una ducha.

Cantaba una bonita canción que solía cantar a menudo antes de que aquella locura entre familias hubiese comenzado, cuando mi vida aún no tenía mucho sentido. Vuelve de Beret.

Solía recordar a Mario cuando la cantaba, pero es cierto, siempre me acordaba un poco de él en aquellas fechas.

Mis lágrimas salieron, haciendo que me detuviese de pronto, recordando el momento en el que todo se fue al diablo con la persona que para mí había sido mi otra mitad, el amor de mi vida. No podía dejar de verle allí, tirado en el sofá de nuestra casa, echando espuma por la boca, en medio de aquella sobre dosis, con la jeringa aún clavada en su piel.

Mi cuerpo temblaba, no podía dejar de hipar, aterrada porque alguien pudiese escuchar mi llanto, que pudiesen descubrirme en aquel estado.

Me salí de la ducha, colocando el albornoz sobre mi cuerpo y abrí la puerta, encontrando frente a mí a Hugo.




Narrado por Hugo.

Entré en mi baño, en calzoncillos, preparándome para el nuevo día, tenía mil cosas que hacer antes de que llegase la cena, y una de ellas era reunirme con la caliente Bárbara, a la que llevaba semanas dándole largas para quedar. Me gustaba hacerme de rogar, eso hacía que las chicas me desearan mucho más.

- ¿se puede saber que cojones haces aquí? – pregunté hacia Lucas, mi nuevo hermano, haciendo que este bufase, sentado sobre el váter, haciendo lo que podría denominarse como "plantar un pino" – vale, sé que es lo que haces, pero... ¿por qué no usas el baño de abajo? – insistí, mientras él se encogía.

Me ponía los pelos de punta aquel tipo, nunca explicaba nada, y cuando le preguntabas algo importante se encogía de hombros como si no lo supiese, cuando la realidad era que pasaba de hablar contigo, porque le caías mal.

A mi él también me caía mal, era algo mutuo, así que me dio exactamente igual.

Cogí la toalla y mi cepillo de dientes, y bajé hacia el baño del piso de abajo, molesto por ser echado de mi propio baño. Ya podría haberse ido al de mi padre, en vez de venir a usar el mío.

Abrí la puerta del baño de abajo, encontrándola frente a mí. Su cuerpo estaba mojado y su cabello también. Pero no fue eso lo que me detuvo el corazón, fueron sus ojos rojos, sus apenas deducibles lágrimas y el temblar de su cuerpo.

Ella negó con la cabeza al verme aparecer allí, incapaz de creer aquello. Sabía lo que pasaba por su mente, no quería que yo la viese mal, quería mostrarse ante mí siempre con una sonrisa.

- Shhh – la calmé, agarrándola del brazo, empujándola al baño, para luego cerrar la puerta tras de mí. La abracé con fuerza en ese justo instante, sin decir ni una sola palabra más, escuchando como ella gimoteaba sobre mi pecho, aferrándose a aquel abrazo como si la vida le fuese en ello.

Aparté sus cabellos mojados y los entrelacé entre mis dedos, volviendo a observar aquella cicatriz que había en su piel.

Levanté un poco la mano que se aferraba a su cintura y la posé sobre su cuello, haciendo que ella dejase de gimotear, y se tersara, sin aún haberse separado de mi abrazo.

- No esperes que te cuente las cosas que amargan mi vida – espetó, dejándome algo confuso con aquello – no me gusta que la gente sienta lástima por mí.

- Nuria – la llamé, con el corazón en un puño, mientras ella levantaba su rostro, sin apartarme aún, teniéndola demasiado cerca, pero en aquel momento no importaba – yo ...

- Me gusta que seas mi hermano – aseguró con una sonrisa de oreja a oreja, totalmente sincera.

Y entonces me di cuenta que quería cuidar de aquella pequeña, quería cuidarla y hacerla feliz, alejar todos sus miedos, endulzar su vida, hacer cosas que nunca había querido hacer por nadie más.

Le sonreí tan pronto como me percaté de ello, provocando que ella se soltase de mi abrazo y se marchase del baño, dejándome solo en aquella habitación.

Continuará...

Después de Ella | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora