Prólogo

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Hace millones de años, en el albor de los tiempos, cuando Dios desterró a los demonios al infierno por sus pecados, se produjo una lucha entre los desterrados por el poder del infierno. Lucifer, alzándose como vencedor decidió repartir sus dominios en los círculos, siete círculos infernales gobernados por siete de los señores con más poder, los arcángeles demoníacos.
Cada uno de los círculos representaría un pecado capital: gula, pereza, ira, envidia, lujuria, codicia y soberbia. Las guerras acabaron, apaciguados por el gran poder de lucifer, hicieron cuando les mandó, pero Dios, desde su trono celestial, vio cómo se organizaban, y decidió que no quería aquello. Por ello les negó la descendencia, creyendo que así no podrían formar alianzas entre círculos o con la casa real, pero los demonios, prevenidos por un ángel caído, se aseguraron de que al menos tuvieran un descendiente. Siete varones en cada uno de los círculos. Una única mujer en la casa real.
Volvieron a estallar las guerras por crear una alianza con el señor de los infiernos, y Dios complacido, apartó la vista.
Pero no llego a ver nunca la furia desatada de Lucifer, cuando obligó a todos sus sirvientes arrodillarse y jurar que jamás volverían a batallar, puesto que eso era lo que quería el señor de los cielos. Los señores aceptaron, pero una tensión que nunca desaparecería se creó en ese instante, pues todos lo querían el poder supremo. Los descendientes crecieron enseñados por sus padres en todas las artes oscuras y artimañas de cada círculo para lograr algún día crear alianza y destronar a lucifer.
Pero los planes nunca salen como uno quiere...

Los hijos del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora