Pena capital

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-Explicanos otra vez porque no te afecta el humo- dice Asmo sentado en el sofá.

-Ya os he dicho que no lo se- dice Noctis enfrente suyo -simplemente no me afecta, puedo caminar a través de él sin dormirme...

Sentada al lado de Asmodeo, miro a la pequeña sin saber que pensar. Para la edad que tiene, ha encajado bastante rápido que su madre ha muerto, y ahora quiere venirse con nosotros por medio infierno con peligro de muerte.

-Deberiamos buscar una forma de que no nos afecte a nosotros y salir de este círculo antes de que se disipe el humo- me dice Asmo sacándome de mis pensamientos.

-Tienes razon- digo yo cruzandome de piernas -me flipa lo rápido que nos han encontrado, seguramente me siguieron después de salir de su castillo.

-Leviatan no iba a dejar que te fueses con otro de nosotros- dice Asmo sonriendome -lo extraño es que no mandaran antes a los sicarios para mantenerme a mi a ralla o para matarme.

-¿Sois novios?- dice Noctis y nosotros la miramos sorprendidos.

-¿Que? No, claro que no- digo yo rápidamente -¿Porque lo dices?

-Es que lo pareceis, antes ibais de la mano- dice Noctis con mirada inocente -eso lo hacen los novios.

Asmo suelta una carcajada mientras yo siento que toda la sangre de mi cuerpo se agolpa en mi cara.

-Pues no, Noctis, no somos novios- Asmo se levanta - pero solo porque ella no quiere.

-No empieces...- le suelto y frunzo el ceño.

-Como quieras, princesa- mira a su alrededor -se me acaba de ocurrir algo, ¿y si nos tapamos la cara con pañuelos?

-El humo pasaría igual, sería mejor aguantar la respiración como antes- me levanto y voy a la ventana.

Aparto un poco la cortina hecha de seda roja y miro a través del cristal. La calle sigue inundada de ese soporífero humo amarillo, pero parece estar empezando a despejarse.

-Tenemos que irnos ya- miro a Noctis -coge un poco de ropa y larguemonos.

Noctis asiente una vez con la cabeza y corre a una habitación, que supongo que será la suya. Sigo mirando por la ventana hasta que noto la presencia de Asmo a mi espalda.

-¿Que quieres?- le digo y me giro para mirarle.

-Hasta Noctis piensa que somos pareja, ¿en serio no sientes nada por mi?- me dice él y yo suspiro.

-Asmo, en serio, ya tuvimos esta conversación hace siglos- le digo yo y me cruzo de brazos.

Recuerdo perfectamente ese día. Estaba yo tranquilamente en mi castillo, jugando en los jardines con mi perro infernal, que por aquel entonces solo era un cachorro, cuando apareció Asmodeo con su eterna sonrisa rompebragas y su pelo despeinado de siempre. Siempre nos habíamos llevado bien, así lo último que me esperaba era que se pusiese de rodillas y me pidiera que me casara con el. La verdad es que me acojone bastante, y rápidamente le dije que no sentía lo mismo.
Miento demasiado bien.
Y ahora, en esta casa de Pereza, me vuelve a pasar exactamente lo mismo, solo que sin Asmo de rodillas.

-Tory, por favor- Asmo se acerca un poco más y yo me alejo, pero me encuentro con la pared -¿Sabes que podría mirar dentro de tu cabeza ahora mismo y descubrir cuales son tus deseos, no?

-Te mataría, lo sabes- le digo intentando que no me tiemble la voz.

Si mirase dentro de mi cabeza, seguramente se vería a sí mismo reflejado, solo que sin camiseta... Y en mi habitación...
Pone sus manos contra la pared acorralandome y entrecierra los ojos. Forma una sonrisa traviesa en su cara y yo me obligo a mantener una pose neutral.

-Piensas muy alto- dice el.

-Y tu eres gilipollas- le digo yo.

-Ya tengo mis cosas- oigo de repente detrás de Asmo.

Asmo suelta un gruñido y se separa. Suspiro y miro a la niña.

-Pues vamos- le echo una última mirada a Asmo y voy hacia la puerta.

-¿Os estabais besando?- dice Noctis.

Ni Asmo ni yo respondemos. Ya no sé si ha sido una buena idea traerle. Cogemos aire y salimos a la calle.
Avanzamos guiados por Noctis, que nos guía hasta el translador, al cual llegamos cuando ya casi se está desvaneciendo el humo. Los demonios de seguridad están desplomados en el suelo y casi suelto una carcajada. Gran seguridad, por aquí seguro que no pasa nadie. Cuando vamos a entrar en el traslador, siento varias presencias a nuestras espaldas, y me giro en milésimas de segundo desenvainando a Klapaucius, que a una orden mía se estira y crece hasta ser una cimitarra persa.

-Los sicarios- pienso yo y miro a Asmo, que ya ha desenvainado su espada.

-Pues que ilusión- responde él mentalmente y me devuelve la mirada.

Tres hombres vestidos enteramente de negro salen de la ciudad a la carrera hacia nosotros. Empujo a Noctis hacia atrás, al centro del círculo, y me preparo para presentar batalla, pero antes de llegar, los sicarios se paran. El que supongo será el jefe, se señala la cabeza, y veo que usan nuestro mismo truco para no caer desmayados.

-No queremos haceros daño, majestad, pero debeis volver a vuestro Palacio y casaros con nuestro señor si no queréis acabar mal- me transmite el jefe y yo arqueo una ceja.

-Oh, que miedito, mira como tiemblo- pienso yo y oigo a Asmo reírse -pues podéis decirle a vuestro señor Leviatán que no pienso casarme con el ni muerta, así que o nos dejáis largarnos o tendréis consecuencias.

-Os hemos avisado, Majestad- dice el jefe y les hace una seña a los otros dos.

Se lanzan contra nosotros desenvainando sus espadas y yo me preparo para el choque.

-¡Es hierro estigio, que no te toquen!- piensa Asmo, y yo asiento.

Nuestras espadas chocan con un potente sonido metálico, desvío al que me ataca y giro sobre mi misma antes de lanzarle un tajo lateral que le atraviesa el abdomen. El espectro ni se inmuta y se lanza otra vez contra mí con fuerzas renovadas.
Ahora sí que me vendría bien Mefisto, el sabria su punto débil. Me enzarzo en una batalla desesperada, golpeándole en todos los órganos vitales, pero cada vez que le daño, se cura en cuestión de segundos, haciendo imposible que muera. En un momento dado miro a mis compañeros, Asmo está en mis mismas condiciones, y Noctis se ha abrazado a sí misma y tiembla. Tengo que dejar de mirarla cuando el espectro ataca de nuevo y su espada me pasa a milímetros del cuello, cortándome varios mechones castaños que caen al suelo. Esto me hace recordar mis clases de defensa con Mefisto. Me agacho y barro al espectro con mis piernas, y mientras cae, Klapaucius se abre paso por su cuello, cercenandolo y manchandome de oscura sangre. Pero no se levanta. No se reconstruye. Corro por detrás del espectro de Asmo y clavo mi espada justo en sus cervicales, girándola y haciendo que la cabeza se suelte con un desagradable chasquido. La cabeza rueda lejos y el cuerpo cae de rodillas empezando a crear un charco de sangre a los pies de mi compañero, que me mira con una mezcla de miedo y admiración. Me giro para buscar al último espectro, pero ya sólo queda aire. El humo ya está desapareciendo, y veo que los guardias empiezan a despertarse, así que salto dentro del pentagrama y agarro a Noctis de la mano.

-Esto te va a doler un poco- la digo, y tras limpiar mi daga, que vuelve a su tamaño normal, le corto un poco la palma.

Ella suelta un quejido, pero es engullida por la oscuridad. Asmo se pone a mi lado jadeando. Nuestra sangre cae cuando el primero de los guardias está abriendo los ojos.

Los hijos del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora