Nada más llegar al otro círculo, me echo la capucha sobre la cabeza para que mi cara quede en sombras. Los trasladores suelen estar apartados de la vida diaria, así que no veo a nadie por los alrededores, pero prefiero no arriesgarme. Aparte de cuando iba a la Tierra, no he salido de mi círculo para nada, y nunca me habían dejado ver el resto de círculos, esto es nuevo para mi.
Salgo del círculo y paso entre dos demonios que custodian el traslador, que me miran un momento y luego pasan de mi. Mejor. Vislumbro una ciudad a lo lejos, recortada por el cielo eternamente carmesí, y me resulta impactante. Está casi en ruinas, como si nadie se hubiese preocupado nunca de arreglarla. Según me voy acercando, observó la precariedad de los edificios, algunos soportados por pilotes de madera, miéntras que otros ya no han soportado su peso y han caído. Las calles tienen agujeros, desconchones y están muy sucias, debo ir con cuidado para no tropezarme con una rata, porque son del tamaño de conejos. Miro a mi alrededor buscando a alguien que me pueda servir para conseguir mi primera etapa de la misión.-Seguro que les daré envidia por qué yo tengo una misión y ellos no- pienso y me aguanto una risa.
Camino largo rato sin encontrarme con nadie, hasta que por fin, de un callejón oscuro y maloliente me llegan susurros. Me acerco lentamente a la entrada del callejón y miro dentro, pero está demasiado oscuro.
-¿Hola? ¿Hay alguien ahí?- pregunto al vacío negro, pero nadie responde.
Me voy a dar la vuelta para irme, cuando un brazo sale de la oscuridad y me agarra por la muñeca sobresaltandome. La mano es huesuda, y se me clava como unos grilletes contra la piel. Sigo el camino del brazo hasta mi captor, que en ese momento sale de su escondrijo y me quedo petrificada. Es un hombre, pero está tan delgado que ya no lo parece. Tiene las mejillas hundidas y grandes ojeras en los ojos, lo que me hace recordar una calavera. Es alto, y parece que se vaya a romper en cualquier momento. Me clava su mirada gris helada y me obligo a tragar saliva.
-¿Que vienes a hacer aquí? Paseandote con esa libertad, y con esa ropa...- empieza a decir el hombre como reprochando me, y se que está envidioso -Dime que haces aquí.
-Vengo por una misión- empiezo yo, debo ir con cuidado -necesito la ayuda de alguien de aquí que sea de fiar.
-Seguro que has encontrado muchos mejores que yo- dice refunfuñando el hombre.
Vale, hora de poner en práctica lo que me enseñó Mefisto sobre las debilidades de los círculos. A los de Envidia... Ah, había que adularles.
-¿Pero qué dices?- digo yo, y el me mira con el ceño fruncido -no he visto persona en esta ciudad que desprenda más confianza que tú- sus ojos se iluminan un poco, bien -es más, viniendo hacia aquí, he preguntado a otro hombre y me dijo que te tenía envidia a ti porque eras más de fiar que el.
Su mano me suelta un poco y me mira pasmado.
-¿Doy... Doy envidia a la gente?- yo asiento y creo que hace un ademán de sonrisa -¡Si,doy envidia!
Es como ver un esqueleto feliz. Para de repente y me mira.
-Has dicho que tienes una misión, si te ayudo, les daré más envidia porque yo he ayudado a alguien y ellos no- dice él rápidamente -esta bien, dime qué necesitas.
Vaya, ha sido rápido. Miro a mi alrededor y veo unos cuantos ojos escondidos tras las esquinas que nos observan.
-No conocerás un sitio más tranquilo para hablar, ¿no?- le digo -es una misión demasiado importante.
-Oh, si, si, claro, sigueme- me vuelve a agarrar y empieza a andar cojeando y arrastrándome tras de el.
Yo le sigo como puedo, intentando acompasarme a su ritmo irregular, hasta que llegamos a una casa con grietas por todas partes. La pintura se ha desconchado y cuelga precariamente en lascas del tamaño de mi mano. El hombre me arrastra dentro, me lleva a un salón y me indica unos cojines en el suelo alrededor de una pequeña mesa de café desvencijada. Me siento reprimiendo los pensamientos de que vivirá en los cojines y espero pacientemente a que se siente. Con crujidos, se cruza de piernas y se sienta frente a mi, sin apartar la mirada. Tomo aire. Podría salirme el tiro por la culata, pero si no lo intento, nunca lo sabré.
-Lo primero, me llamo Astoreth- le digo y el no parece relacionar mi nombre con la realeza, porque sigue sin inmutarse.
-Yo soy Belial- extiende una mano por encima de la mesa y yo se la cojo -y ahora dime qué necesitas.
-Veras Belial, mi misión es conseguir el apoyo de una persona de cada círculo, en este caso la tuya, para formar un consejo con todos los círculos presentes- empiezo y el me mira extrañado.
-¿Un consejo? ¿Te crees de la realeza?- me dice y suelta una risa cascada.
-Pues si Belial, si que soy de la realeza- me retiro la capucha dejando mi cara a la vista -soy la princesa Astoreth, hija primogénita de Lucifer y Lilith, y necesito tu ayuda para conseguir que me coronen.
Belial empieza a temblar, y de repente, se pone de rodillas y pega la frente al suelo.
-¡Lo siento, mi señora! No os había reconocido, por favor, no me castigues, os lo suplico, yo no quería trataros de mentirosa- se disculpa el y yo suspiro.
-Por favor, Belial, levantate- el levanta la cabeza y me mira con sus ojos hundidos -no voy a hacer que te castiguen, es más, me acabas de demostrar que aquí fuera no se me reconoce.
-¿Y que necesitáis que haga, alteza?- Belial vuelve a sentarse normal, pero con los hombros hundidos.
-Lo primero, que no me llames alteza, y puedes tratarme como a una persona normal, y en lo referente a la misión... Necesito tu palabra de que te pondrás a mi disposición en el consejo, para poder ser coronada, y me prestaras tus servicios como asesor sobre tu círculo y sus gentes.
Belial parece anonadado por mis palabras, pero asiente con efusividad y sonríe torpemente.
-Os doy mi palabra, mi señora, es más, si queréis hago un pacto de sangre- extiende su mano y yo rechazo con la cabeza.
-No hace falta, tu efusividad me confirma que eres fiable- me levanto y el conmigo -cuando consiga la ayuda en el resto de reinos, desandare el camino y volveré a por ti.
-Gracias por la oportunidad de darles envidia a mis vecinos, ¿puedo contarselo?- dice Belial lamiéndose los labios por la emoción.
-Aun no, pero pronto- extiendo la mano y el la coje -ha sido un placer conocerte, Belial.
-Igualmente, Astoreth.
ESTÁS LEYENDO
Los hijos del infierno
FantasyEn el infierno, una lucha silenciosa se cierne sobre todos los círculos, el deseo de crear una alianza, el deseo de poseerlo todo... Pero es ella la que decide el destino de todos...