Gula

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-Hay otra salida, ¿verdad?- digo yo, y mi padre asiente.

-Cuando ibas a nacer, teniendo en cuenta como eran el resto de señores, pensé que a lo mejor un día decidias no elegir a ninguno- dice Lucifer y mira a mi madre con una sonrisa -sobre todo si salias igual de cabezota que tú madre.

Lilith se ríe y niega con la cabeza moviendo su larga melena.

-¿Cabezota yo?- dice ella.

-Si, mi amor, eres muy cabezota- me mira -asi que decidí poner otro camino.

-Pues explicamelo- le digo y el se levanta de su trono.

-Te aseguro que no es fácil, lo hice en consenso con los otros señores de los círculos, que estaban empeñados en casarte con uno de sus hijos- me pone la mano en el hombro y me mira seriamente -si tomas este camino, te arriesgas demasiado.

-Me da igual- digo yo mirándole directamente a los ojos.

Mi padre suspira y se aparta un paso. Mueve su mano por delante de mis ojos y en el aire aparece una maqueta del infierno hecha de ollín y sulfuro. Es una estructura simple:
Se divide en ocho áreas circulares que se distribuyen formando una especie de escalera, hasta llegar abajo, dónde se encuentra mi círculo. Por orden, se encuentra primero el círculo de Ira, el de Avaricia, Gula, Soberbia, Pereza, Lujuria, Envidia, y por último, el círculo Supremo.

-Para convertirte en reina sin el apoyo de un círculo, lo que conseguirías si te casases- empieza mi padre -deberas pasar por todos los círculos y conseguir el apoyo de un demonio de cada para poder acceder al trono.

-¿Y ya está? ¿Así de fácil?- digo yo -pensaba que iba a tener que enfrentarme a un dragón o algo así.

-Te aseguro que esto va a ser mucho más peligroso- dice mi madre, poniéndose al lado de Lucifer -somos los regentes y señores del infierno, pero no tenemos el apoyo de los círculos desde la última guerra. Te meteras en zonas a las que nosotros no podemos ir, y no podrás llevar a tu guardia personal.

Les miro un momento sopesando sus palabras, y entonces me enderezo y asiento.

-¿Cuando parto?- digo con la mayor seriedad que puedo.

-Cuando tú estés lista- dice mi padre.

Rato después me marcho a mi cuarto a preparar las cosas que me podrían hacer falta. Ropa, dinero, un poco de comida que he birlado de la cocina... Lo hechizo todo para que sea minúsculo y me lo meto en el bolsillo de los pantalones. Cojo una chaqueta con capucha y me recojo el pelo en una apretada trenza. Si voy a tener que sobrevivir fuera, mejor que no me reconozcan. Me miro al espejo un momento y suspiro. Seguramente cuando vuelva, si es tan horrible como ellos dicen, no veré a la misma chica de ojos violetas oscuros, de cabellos negros y curvas sugerentes. Aparto la vista al escuchar un par de golpecitos en la puerta.

-¿Si?- digo yo y la puerta se abre.

Mefisto se asoma un poco y no encuentro su particular sonrisa de siempre en sus labios.

-Os vais- me dice y yo asiento.

-Debo hacerlo, no quiero que mi futuro este marcado por un esposo al que no amo- digo yo.

Mefisto se acerca un poco y abre los brazos, a lo que yo corro hasta el y le abrazo como si no le volviera a ver. Noto el calor de las lágrimas en mis ojos y lucho para que no caigan.

-Os echaré de menos, princesa-me dice y yo me río.

-¿Cuántas veces voy a tener que decirte que me llames Astoreth?- me separo y me sonríe.

-Espero que me lo sigas diciendo por mucho tiempo- se da la vuelta para irse -buena viaje, Astoreth.

Se va cerrando la puerta tras de sí, y me quedo completamente sola. Espero no estar haciendo una locura.
Esa noche, tras la cena, abro la ventana de mi cuarto y me asomo al balcón. Apoyándome en la barandilla, miro abajo, hacia el suelo, dónde unos cuarenta metros me separan de él. El cálido aire del infierno me remueve un mechón que se me ha soltado de la trenza antes de saltar al vacío. Aterrizo de puntillas y salgo en un vertiginoso sprint hacia la frontera del círculo. Para pasar de un círculo a otro, hay trasladores muy bien vigilados, así que con el primero no tendré problema, a ver cómo lo hago con los demás. Dejo rápidamente atrás el castillo en el que he pasado toda mi infancia hasta que es un borrón y en menos de media hora he llegado a la frontera. Ralentizo mi paso hasta llegar ante los dos demonios de oscura armadura que protegen la entrada y la salida, los cuales me miran y abren mucho los ojos al reconocerme.

-Dejadme pasar- les ordeno.

-Majestad, los demás círculos son peligrosos...- me dice uno de ellos y levanto una mano haciendo que calle.

-Lo se, pero debo hacerlo- les digo y ellos se apartan con una reverencia.

Avanzó hasta situarme sobre el pentagrama de cinco puntas y runas grabadas en piedra. Es tan ancho que ni extendiendo los brazos abarco su diámetro. Saco mi daga de su vaina y la miro. Es un arma encantada, procedente de Mesopotamia, dónde por desgracia, se perdieron los conocimientos necesarios para crear estás magníficas hojas. Son capaces de tomar cualquier forma y tamaño, duras como el diamante y casi indestructibles, a no ser que se enfrenten a un filo de igual calibre. Aprieto la empuñadura de cuero gastado y me llevo la hoja hasta la palma de la otra mano, donde hago un corte. Escuece, así que aprieto la mandíbula mientras cierro el puño y la sangre carmesí resbala por el. Las gotas caen al suelo, y el pentagrama se activa. Una luz iridiscente empieza a brotar del suelo, de los surcos y de las runas, me guardo la daga y una columna de magia oscura me traga.
Ya no hay vuelta atrás.

Los hijos del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora