Ira

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- ¡No pienso casarme nunca!
Recuerdo haberles gritado esas palabras a mis padres de pequeña, y aunque por aquel entonces no tenía ni idea de lo que hablaba, seguía con el mismo pensamiento. Sobre todo si mi destino era casarme con uno de los siete herederos de los círculos. La arrogancia en todos ellos me había hecho despreciarles desde que tuve uso razón. No es que yo, hija del gran y poderoso Lucifer sea un alma cándida y dulce, pues todos los pecados capitales están concentrados en mi persona, pero al menos tengo respeto por mí misma. Los siete han estado arrastrándose a mis pies más o menos desde el antiguo Egipto, en la época arcaica, cuando todos alcanzamos lo que los humanos llaman pubertad. Si, ya sé que suena raro que al haber sido concebidos en la creación del paraíso alcanzasemos la pubertad tan tarde, pero los seres celestiales, o en nuestro caso, demoníacos, tenemos un desarrollo más lento, gracias a eso, poseemos más conocimientos que cualquier otra raza existente entre el infierno y el cielo. Lo que a veces es un castigo, pues recuerdas hasta el más mínimo detalle de todo, incluido todas las veces que han intentado seducirme con artimañas, unas veces más disimuladas, otras más a lo bestia. En algunos círculos el maltrato a las mujeres es lo más normal del mundo, como en Ira, con cuyo heredero tuve un encontronazo una vez. Yo todavía tendría unos dieciséis o diecisiete años según los mortales, cuando Amón, hijo de Astaroth, príncipe del círculo de la Ira, empezó a cortejarme. Al no encontrar reacción en mi ante sus insinuaciones, se cabreó, y mucho, a lo que se lanzó contra mí como una bestia salvaje y me propinó una bofetada con la que acabé en el suelo y con la mirada borrosa, por suerte, mi guardia personal llego antes que las patadas en el estómago. Amón fue castigado y torturado durante dos mil años, y cuando volvimos a vernos no me dirigió la palabra. Yo tampoco.
Hasta la época actual, mi existencia se ha basado en aprender cómo ser reina y evitar a los herederos, una existencia bastante aburrida, porque no decirlo, mis únicos entretenimientos son cuando salgo fuera del reino y me voy a la Tierra, confundiendome con los humanos. A veces desearía ser como ellos.

-¡Astoreth!- grita alguien a mis espaldas.

Yo me interno más en la masa de gente que vuelve a sus casas con el ocaso, ignorando la llamada. Mis intentos de escapar son infructuosos, y segundos después, mi guardián está a mi lado casi jadeando.

-Por tu Padre, Astoreth, ¿quieres dejar de correr?- me dice él y yo le miro en silencio.

La gente se va apartando pues nos hemos quedado en medio de la calle, pero no llamamos la atención. Nadie podría imaginar lo que somos de verdad. Miro a mi guardián. Su nombre es Mefistofeles. O Mefisto, para los amigos. Aunque en estos momentos aparenta ser un muchacho de dieciocho años, de ojos verdes y cabello bruno, más alto que yo y de complexión fuerte, es tan longevo como mi padre. Es su mano derecha, y confía tanto en el que le ha conferido el honor de proteger y enseñar a su hija.

-Perdona, Mefisto, no te había oido- le digo casi con aburrimiento.

-Llevo horas buscándote, tu padre te reclama- me dice enderezandose.

-¿Horas? ¿Pero no me habías puesto un rastreador en cuanto los inventaron?- le digo con sarcasmo y me río, haciendo que sonría un poco.

-Te lo quité, me parecía una transgresión contra tu privacidad- me responde Mefisto y su sonrisa se amplía.

-Vaya, debes de ser el único del infierno que tiene en cuenta mi privacidad- niego con la cabeza -de todos modos, tengo teléfono, me podéis mandar un mensaje.

-Normalmente no contestas, por eso he preferido venir y arrastrarte de vuelta al infierno- me responde él y me tiende la mano -hora de volver, princesa.

Suspiro y le doy la mano. En cuanto nuestras palmas entran en contacto, una sensación de mareo me recorre y mi alrededor se desdibuja, para segundos después aparecer en la sala del trono de mi padre. Las personas que andaban alrededor nuestro en la calle no recordarán esto. Suelto la mano de Mefisto y me vuelvo hacia el trono de hierro forjado que preside la sala, tapizada por completo en tonos rojos y negros. Y luego se preguntan porque mi color favorito es el azul.
Una lámpara de araña formada por miles de cristales cuelga por encima de mi cabeza, tintineando suavemente cuando la zarandea una corriente de aire.
Mi padre se encuentra en su trono, como de costumbre, hablando con mi madre, que está sentada en un trono más pequeño a su derecha. Hay otro más para mí, a la izquierda de mi padre.
Miro a mis padres, que parecen estar teniendo una charla bastante importante. Lucifer apoya el codo en el reposabrazos derecho, y reposa la barbilla sobre su puño, mientras le dice algo a mi madre, Lilith, señora de los vampiros, que suelta una risita y se muerde el labio. Si no supieras que edad tienen, dirías que por el aspecto no pueden tener más de treinta y cinco, mi madre incluso menos. Lucifer, con una melena alborotada de cabello oscuro como la noche, ojos de tonalidades rojizas que varían con su estado de ánimo, y su porte de rey, al lado de Lilith, de cabellos también oscuros, de ojos violetas y cuerpo de veinteañera que no ha pasado por un embarazo. Mi oído sobrehumano capta un poco de la conversación de mis padres, y me arrepiento al momento.

-No sabes lo seductora que estabas anoche, me encantaría volverte a hacer mía sobre ese trono...- oigo decir a mi padre.

Paso de explicar el resto de la conversación, pues incluso a mi me hace sonrojarme. Todos los días son así. Por fin se dan cuenta de mi presencia y me miran con una sonrisa.

-¿Me buscabas?- le digo a mi padre, que se endereza en el trono.

-Asi es, gracias por traerla, Mefisto, ya puedes retirarte- dice Lucifer.

Mefisto hace una reverencia y desaparece de sala dejando un soplo de aire que mueve la lámpara del techo. Empiezo a preocuparme, ya tengo que haber hecho algo grave para que no quieran testigos.

-Como sabrás, dentro de poco llegarás a los diecinueve- empieza mi padre.

-Millones de años- suelto yo por lo bajo.

-Te he oído, bueno, hemos querido aplazar todo lo que pudiéramos este momento, pero ya tiene que cumplirse- Lucifer junta los dedos de las manos y Lilith cruza las piernas -debes elegir marido.

Arqueo las cejas y les miro por turnos. ¿Elegir marido?

-Perdona, ¿que?- digo yo -no tengo ninguna intención de casarme ahora, puede que en algunos años, cuando encuentre el tío adecuado, pero con lo que hay en el mercado ahora...

-Pues será mejor que elijas rápido, porque tú coronación se acerca, y deberás estar casada para entonces- termina mi padre.

-¿Y si me coronais sin marido?- digo yo cruzandome de brazos.

-Eso va contra las leyes- dice mi madre.

-Vosotros las escribisteis, vosotros las podéis cambiar- me encojo de hombros -yo no tengo ninguna intención de casarme con los desgraciados de aquí abajo.

-Oh, Astoreth, seguro que alguno te hace tilín- dice mi madre con voz melosa.

-Si claro, lo que más me gusta en un hombre es que me maltrate, o que sea un mujeriego, o que tenga envidia de mi, o...- empiezo a enumerar pero mi padre levanta la mano y me callo.

-Ya sé que no son muy buenos partidos, pero la decisión es tuya, o te casas y puedes ser coronada, o te quedas sin reino que regir...

Me quedo unos momentos en silencio buscando una escapatoria, pero parece no haberla.

-¿Y no hay... Otra manera?- pregunto un poco a la desesperada.

Mi padre abre la boca para contestarme pero la cierra, mira a mi madre, que le devuelve la mirada, y entonces lo veo.
Hay otra salida.

Los hijos del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora