Soberbia

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Nada más aparecer en el siguiente traslador, me invade la sensación de ser observada. La ciudad está un poco más adelante, así que no entiendo quien puede estar por los alrededores del traslador. Me estremezco y empiezo a andar. El círculo de Lujuria puede que me cueste más que el de Envidia, y seguramente tenga que acercarme al castillo para que me den el salvoconducto. Reprimo una mueca de asco. Hay que admitirlo, me he metido en terreno peligroso, y lo descubro nada más entrar en la calle principal. Es una versión en tonos oscuros de una mezcla entre Nueva York y Tokyo. Grandes rascacielos a ambos lados de una ancha avenida, por la que circulan limusinas y coches de lujo. Lujuria es un círculo de abundancia, y se nota. La calle está llena de chicos y chicas que se dirigen a los bares, tiendas o prostíbulos que hay por toda la zona.

-¿Y yo dónde busco ayuda?- pienso mirando hacia todos los lados.

Un grupo de chicas que hacen piña alrededor de un chico me miran de arriba a abajo y sueltan una risita. Teniendo en cuenta la tendencia lasciva de este círculo, mi ropa tapa demasiado para sus gustos, así que se nota demasiado que no soy de aquí. Paso de largo sin fijarme en la mirada que me echa el chico y me meto por una calle lateral casi a oscuras. Al salir por el otro lado, la ropa que llevaba ha sido cambiada por un vestido negro corto y unos tacones que me elevan cinco centímetros por encima del suelo, el cabello suelto creando ondas en mi espaldas y mi daga ahora se encuentra perfectamente enganchada a mi muslo. Sigo andando un buen rato intentando decidirme por algún sitio cuando noto una mirada en mi espalda. Seguramente no es nada, hay mucha gente por la calle, pero por si acaso, me giro hacia el escaparate de mi izquierda y me pongo a mirar los coches, con precios que ni los humanos serían capaces de ahorrar en toda su vida. Por el reflejo del cristal, veo una mirada azul eléctrico que busca la mía en el reflejo, y cuando la encuentra, compone una sonrisa de depredador.

-Joder, no, por favor- murmuro y me giro hacia el chico -Hombre, Asmodeo, cuánto tiempo.

Asmodeo es uno de los herederos de los círculos. Con tendencia a rompebragas, y la verdad, es que el chico no está nada mal. Su cabello negro despeinado tapando un poco sus ojos azules y su sonrisa incansable, junto su cuerpo de Adonis, es normal que se llevase todas las chicas de calle.

-Mucho tiempo, princesa- dice Asmodeo -no pensaba que fueras a visitar mi círculo nunca.

Abre los brazos y yo pongo los ojos en blanco antes de acercarme y abrazarle. Que no quiera casarme con los herederos no significa que no tenga amigos.
Cuando consigo que me suelte, es como un pulpo, me mira de arriba a abajo y me sonríe de lado.

-Estas preciosa, ¿te lo había dicho alguien?- dice Asmodeo.

-Basicamente todos los tíos con los que me he cruzado- digo yo y nos reímos.

-No me extraña, estás arrebatadora- dice él -bueno, ¿y a que se debe tu agradable visita? No vendrías solo a verme, ¿no?

-Pues la verdad es que no pensaba que fuera a encontrarte- digo yo -estoy... En una misión urgente.

No puedo contarle que quiero hacerme con el trono yo sola, pero aún así... Asmodeo se mueve más por la ciudad que entre los nobles, así que a lo mejor podría ayudarme.

-¿Y de que se trata?- dice él y noto que es curiosidad no aprovechamiento lo que brilla en sus ojos.

Suspiro.

-Me vas a tener que invitar a una copa antes de contartelo- le digo y el sonríe.

-Pues vamos, se de un sitio que te va a gustar- me ofrece el brazo -¿Princesa?

Pongo los ojos en blanco y me agarro a su brazo. Avanzamos por la calle llevándonos las miradas por parte de los dos géneros, y soy capaz de oír algunos comentarios despectivos de las mujeres contra mí. Sonrio un poco. Deberían mudarse a Envidia. Asmodeo me lleva hasta un club cuya cola para entrar casi da la vuelta a la manzana y nos paramos justo delante del gorila de la entrada, que es un troll. Pero un troll bien vestido. Mira a Asmodeo, inclina la cabeza y retira el cordón para que podamos pasar, provocando quejas en la cola. Según cruzamos la puerta, la música se eleva al límite de lo que soportan mis oídos sobrehumanos. La sala sería capaz de albergar dos o tres piscinas olímpicas, y está a petar. Gente de todos los géneros, edades y razas bailan en la pista creando un espectáculo digno de verse. Entre los bailarines hay gente que simplemente se está dando el lote, pero en Lujuria no hay reglas, haz lo que te apetezca cuando te apetezca. Nos acercamos a la barra y nos sentamos en los taburetes altos. Cruzo las piernas, dejando sin querer a la vista mi daga, que intento tapar rápidamente con el vestido, pero Asmodeo ya la ha visto.

Los hijos del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora