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Por la mañana me desperté a las once. Ana ya no estaba en la habitación, así que me tomé mi tiempo para deshacerme de las sábanas. Cuando al fin salí del cuarto y vi la puerta cerrada de Noah, recordé la pesadilla de anoche. Fue un alivio que Noa me despertara, pero no me gustaba en absoluto que me hubiera visto así. Lo que menos necesitaba era que se burlara de que hubiera tenido pesadillas como una niña pequeña.

Entré en el baño para lavarme la cara y me cambié el pijama por leggins grises de deporte y una camiseta en la que ponía "Paradise Valley" en grande. Era de Payton, pero acabó dándomela, como casi todas sus camisetas viejas. Como las echaba de menos, a ella y a Sam. Y solo había pasado un día. 

No tenía nada de hambre, así que cogí mi ejemplar de Orgullo y Prejuicio y fui directa al salón. Allí me encontré a Connor, y abrí los ojos de par en par al ver lo que estaba haciendo. Me quedé de piedra, observando durante unos momentos la escena para comprenderla y llevarla lo mejor posible: estaba de rodillas frente a la mesita de centro y se estaba pintando las uñas de un color azul oscuro.  Al percatarse de mi presencia, escondió sus manos avergonzado. Pestañeé e intenté sonar natural cuando dije:

–Es un color bonito. ¿Me lo prestarás algún día? 

La situación me sorprendió, no iba a mentir, pero algo se removió en mi interior al verle allí, muerto de vergüenza intentando esconder lo que estaba claro que había visto. Él me miró con una ráfaga de sorpresa, pero al escucharme se atrevió a sacar sus manos. Me acerqué y me senté en el suelo, a su lado, y le cogí la mano, fingiendo observar más atentamente el color.

–Sí, sin duda quedaría bien con mis sandalias azules –comenté, y Connor sonrió.

Le devolví la sonrisa, y de repente me acordé de algo. Le dije que esperara un minuto, solté el libro sobre la mesa y subí corriendo las escaleras. Entré en mi habitación y rebusqué durante casi un minuto entre mis cosas, hasta que al fin di con lo que quería. Volví a bajar y me senté de nuevo junto a Connor, que esperaba expectante.

–Toma –dije, y le entregué uno de mis pintauñas preferidos, de color naranja salmón. Me miró con una sonrisa enorme, que se reflejó en mi rostro al instante –. Quédatelo, apenas lo uso.

–¡Gracias! –exclamó.

–De nada –dije devolviéndole la sonrisa.

Sonreí satisfecha ante su mirada de admiración hacia el regalo y no dijimos nada más ninguno de los dos, porque desviamos la mirada hacia la puerta cuando oímos que alguien bajaba las escaleras. Un Noah con un pantalón largo de cuadros y con el torso desnudo apareció bostezando. El elástico de sus calzoncillos asomaba por encima del pantalón y no pude evitar quedarme embelesada observando sus abdominales por unos segundos; después aparté la vista con las mejillas teñidas de roja, deseando que no se hubiera dado cuenta. No podía negarlo: Noah estaba en buena forma.

–Hola, pequeño –saludó a su hermano, y después me miró –. Buenos días, Danielle.

Parecía que la tontería de Danielle no había acabado.

–Mira, Noah. Me lo ha regalado Dani –dijo contento, elevando el pequeño bote para que su hermano lo viera.

Este le ofreció una tierna sonrisa.

–Me alegro, pero no te olvides de quitártelo si luego vas a salir con tus amigos, ¿vale? –le dijo, y se dio la vuelta en dirección a la cocina.

La sangre me hirvió al instante y, cuando me giré para mirar al pequeño, estaba con una mirada disgustada. Sin pensarlo dos veces, le di un apretón en el hombro y me levanté para ir a la cocina. No había planeado tener que hablar con Noah, no esa mañana por lo menos, pero no podía dejar eso así.

Maravillosa Excepción - Noah CentineoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora