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DANIELLE

La mañana siguiente abrí los ojos con el despertador retumbando en mis oídos. Estiré el brazo para apagarlo y me deshice de las sábanas lentamente, tomándome mi tiempo. En esos momentos me arrepentía de haber cogido tantas clases y, sobre todo, tan pronto. La mayoría de mis compañeros tenían la primera clase a las nueve, menos Luke, yo y algunos otros que habíamos decidido torturarnos de esa manera. Incluso Noah, que por lo que me habían dicho era bastante aplicado en los estudios, no tenía su primera clase hasta las nueve y media.

¡Hablando del rey de Roma! Su cama seguía vacía y perfectamente hecha cuando salí de mi habitación para ir al baño y eché un rápido vistazo. ¿No había dormido en casa? ¿Se habría ido otra vez? ¿Cuándo volvería? ¿Por qué su forma de solucionar las cosas era irse?

Intentando ignorar el malestar que sentía desde anoche, me di una ducha rápida. Cuando salí, me sequé el pelo y el cuerpo, me vestí y cuando los golpes en la puerta empezaron a reclamar el baño, me terminé de arreglar en mi habitación. 

Me puse un jersey gris y ancho que colgaba de una percha en mi armario. Era de lo poco que había podido conservar de mi madre, por lo que tenía un significado muy importante para mí. Era bastante viejo y no era muy de mi estilo, pero llevarlo me hacía sentirla cerca, a mi lado, cuidándome. Y jamás me desharía de él. 

Cuando terminé de cambiarme, bajé las escaleras y en la cocina me encontré con Ana. Era la única de sus hermanos que estaba desayunando y nada más ver la sonrisa intrigante que se le dibujó en la cara cuando me vio, supe lo que va a decir.

–¿Y bien? ¿Qué tal tu cita de anoche? –preguntó con los ojos brillantes de curiosidad.

–Buenos días a ti también.

Las cosas habían cambiado bastante con ella desde que había llegado. La verdad es que no había sido muy complicado, porque hasta entonces con el que más tiempo había tenido que pasar había sido Noah, y no precisamente para ser su canguro.

Desde nuestra pequeña charla sobre Orgullo y Prejuicio ya no esquivaba mi mirada cuando nos cruzábamos por casa e incluso era muy agradable. Supongo que se habría dado cuenta de que no había ido a su casa exclusivamente a ser su niñera a tiempo completo, y eso habría ayudado para que en ese momento nos lleváramos... bien. O al menos de forma cordial.

–No esquives mi pregunta, jovencita. Dime, ¿usásteis protección? –preguntó poniendo tono de madre.

Levanté la vista de la taza en la que estaba echando la leche y le miré sin creer lo que había oído.

–¿Qué pasa? No sé en tu época, pero ahora a los quince años ya sabemos que los niños no vienen de las cigüeñas –dijo, y el comentario fue tan ridículo que no pude evitar reírme.

–Tienes catorce, jovencita... – dije siguiéndole el juego.

–No te disperses del tema. Cuéntame. ¿Te has echado novio? ¿Hay un señor Darcy en tu vida?

Me volví a reír, porque me hizo gracia que comentáramos esto relacionándolo con nuestro libro favorito. Sin embargo me pensé la respuesta. Obviamente Luke no era como el señor Darcy. Luke era muy agradable, divertido, maduro y sabía cómo tratar a una chica. Pero por otro lado, la imagen de Noah me vino a la cabeza de inmediato. Noah era tozudo, maleducado y grosero, que es lo más parecido al señor Darcy que he conocido en mi vida. Así que se podría decir que sí tengo un señor Darcy, aunque claro, yo no soy Elizabeth porque no volvería a caer en sus redes jamás.

–Bueno... La verdad es que no se parece mucho al señor Darcy –objeté.

–Así que sí hay un chico.

Maravillosa Excepción - Noah CentineoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora