20

171 11 2
                                    

Noah

La situación era un tortura continua. Quisiera o no, no podía apartar a Danielle de mis pensamientos en todo el día. Era muy frustrante tener que vivir bajo su mismo techo al menos una semana más con la tensión que había entre ambos.

Cuando caí en la cuenta de que a Danielle le había afectado demasiado el beso en Melrose, no me di cuenta de que también lo había hecho conmigo. Y era muy absurdo. Nunca antes me había rayado tanto por algo como un beso con una chica. Jamás. Con Danielle era distinto, y no me gustaba. Quiero decir, ¿por qué mi cabeza se empeñaba en recrear esa escena cientos de veces si era imposible que se repitiera después de que acordáramos que no pasaría nada más?

Y para colmo, tenía que ver como Luke pasaba por la puerta de mi casa con su puto Audi para recoger a Danielle todas las mañanas. Hasta mi madre se había percatado de que esos dos se habían hecho amigos, algo que, por cierto, tampoco me gustan para nada. Luke era un gilipollas y un cabrón de los grandes, y sabía que debía hablar con Danielle para que tuviera cuidado con él, pero le juré a Emily que jamás contaría lo que pasó, y yo nunca rompo mis promesas. Podía ser un idiota, como Danielle decía, pero nunca me verías haciendo algo que prometí que no haría.

Mentía. Yo mismo me prometí que jamás me comería la cabeza por una chica y llevaba más de media hora tirado en mi cama, mirando al techo y pensando en esos ojos marrones y esas piernas que escandalizarían a cualquiera con dos ojos en la cara.

Agh, me sentía como una adolescente de esas roñosas pelis.

Decidí levantarme, cabreado por todos los pensamientos que me cruzaban por la cabeza, y bajar a la cocina a por una cerveza. Mientras entraba en la cocina, miré el mensaje que había recibido de Em hacía unos minutos. Al parecer había una fiesta esa noche en una de las fraternidades del campus. Obviamente, Emily ya había confirmado que iría, y me preguntaba si yo estaba interesado.

¿Que si estaba interesado en ir a una fiesta? ¿Desde cuándo me preguntaba eso? Nunca me había perdido ni una, a no ser que hubiera un motivo especial.

Bueno, mentía otra vez. Había faltado a bastantes esas últimas tres semanas. Las tres semanas que Danielle llevaba aquí.

¡Joder!

Aunque me muriera de ganas por ir al fin a una y olvidarme de toda esa mierda un rato, le dije que no porque esa noche tenía la cena con mi familia por el cumpleaños de Ana.

Hablando de ello, miré la manecilla del reloj que colgaba de la pared de la cocina y me giré con la cerveza en la mano para volver a subir a mi habitación y empezar a vestirme. Quedaba  poco más de media hora para que mi madre empezara a gritarnos para que nos metiéramos en nuestros coches.

Me guardé el móvil, pegué un trago y me metí en mi cuarto.

Veinte minutos después me había peinado con un poco de gomina, tenía el famoso pantalón de vestir de Melrose puesto, la camisa, los zapatos y la corbata. Bueno, esa última estaba a medias.

–Joder –suspiré frustrado después de mi quinto intento.

Hubiera ido a pedírselo a Danielle. Es más, la idea me tentaba, pero seguramente estaría estudiando, y sabía que me echaría a patadas por interrumpir sus estudios por milésima vez desde que vive aquí. Así que cogí mis cosas, bajé las escaleras y fui a en busca de mi madre. Estaba en la cocina, poniéndose los zapatos mientras mi padre recogía un par de cosas.

Maravillosa Excepción - Noah CentineoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora