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ESPECIAL PUBLICACIÓN 2/3

Durante casi todo el viaje, la gente me miró extraño por estar viajando sola y pasarme los veinte primeros minutos llorando, pero luego me di cuenta de lo que estaba pasando: estaba saliendo de ese pueblo, estaba yéndome a Los Ángeles, iba a ir a la UCLA, una de las universidades más importantes de Estados Unidos. No tenía motivos para estar triste, al fin y al cabo, Sam y Payton estarían bien. Ella era policía y Sam una niña muy lista. Sabía que se las apañarían.

Así que me sequé las lágrimas, saqué el ejemplar de Orgullo y Prejuicio y empecé a leer. Cuando llegué a la estación, tuve que obligarme a dejar el capítulo a medias; el señor Darcy acababa de declararse a Elizabeth y ella estaba a punto de rechazarle porque él sería el último hombre con el que se casaría. Es de mis partes favoritas, porque ver como el señor Darcy se declaraba era demasiado para mí y para todos los que hayan leído esta novela. 

Recogí mis maletas con cuidado de no golpear a nadie –el vagón estaba repleto– y salí de allí lo antes posible. El calor californiano me impactó de golpe y tuve que entrecerrar los ojos unos segundos ante la fuerza de la luz del sol. Me acerqué al primer banco que encontré libre y apoyé mis bolsas en él. En ese justo momento, me llegó un mensaje de la señora Adams. En él me pidió disculpas porque llegarían un par de minutos tarde a recogerme.

Les había pedido que vinieran porque no tenía ni idea de cómo coger un taxi en Los Ángeles y no sabía cómo llegar hasta la dirección que me habían mandado. Aproveché la espera para mandarle un mensaje a Payton diciendo que ya había llegado. No le llamé porque sabía que en ese momento estaría en el trabajo, pero aún así me respondió al momento.

–¿Danielle Foster? –preguntó alguien a mis espaldas.

Conocía la voz, sabía que era la señora Adams porque había hablado con ella por teléfono, pero de repente me puse nerviosa. Así que me levanté de un brinco y me giré para mirarla. Tenía la piel color caramelo, un cuerpo esbelto y labios gruesos. Su abundante pelo rizado se recogía en una coleta en lo alto de su cabeza. Sus ojos marrones me miraban alegres y, al ver su sonrisa, me calmé un poco. Era muy guapa y se notaba que inspiraba confianza con tan solo una mirada.

–Solo Dani –dije acercándome, pero al hacerlo dudé.

"¿Qué hago ahora? ¿Le doy la mano o dos besos?". Por suerte, la señora Adams fue la que tomó la iniciativa y levantó su mano para estrechar la mía.

–Perfecto, yo soy solo Emma. Me alegro de conocerte al fin –dijo con una sonrisa.

–Igualmente –dije sonriente.

Desvió la mirada hacia el banco que estaba a mi lado y observó mi equipaje.

–Deja que te ayude con las maletas. Mi marido está fuera con el coche así que será mejor que nos demos prisa. Ha aparcado en doble fila –dijo estirando un brazo hacia una de mis maletas.

Dejé que cargara con la menos pesada y yo me encargué de la otra y las bolsas. En su otra mano llevaba su bolso, que se agitaba un poco mientras caminaba rápido haciendo sonar sus tacones sobre el suelo de hormigón. Fue entonces cuando me di cuenta de lo elegante que iba: una falda de tubo gris, una americana del mismo color y una camisa blanca. De repente me sentí incómoda por mi simple vestuario, que consistía en unos vaqueros y una camiseta de Levis, y durante todo el trayecto hacia el coche estuve pensando si en su casa vestirían todos así, elegantes y perfectos, y yo desentonaría un poco, porque no tenía nada elegante en mis maletas. Pero al ver al señor Adams salir para ayudarnos con el equipaje, observé su vestimenta, bastante parecida a la mía, y suspiré aliviada. La verdad es que el estilo juvenil de ambos no desentonaba para nada en ellos, parecían jóvenes, como mucho tendrían treinta y cinco años.

Maravillosa Excepción - Noah CentineoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora