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DANIELLE

Debo admitir que desde el mismo momento en el que Noah entró a mi habitación, no sabía cómo llevar la situación. Una parte de mí no paraba de repetirme que parara todo esto antes de meterme en algo de lo que iba a salir muy mal, pero otra bastante considerable alegaba aceptar lo que Noah me estaba proponiendo.

Deseaba que no tuviera ese efecto sobre mí, deseaba poder ordenar a mis pies que salieran de esa habitación y no siguiera con esto, pero mis manos se negaban a apartarse de las suyas, con cuidado de no hacerle daño en las heridas.

–Noah... –susurré.

Levantó una de sus manos y el fuerte olor del alcohol medicinal penetró en mis sentidos cuando acarició mi mejilla.

–Sé que no soy lo que buscas, ni mucho menos lo que necesitas, pero déjame intentarlo. Déjame tratar de ser lo que quieres.

Mis ojos, clavados en los suyos, viajaron inconscientemente a sus labios. Sabía que lo que me proponía era muy complicado y que podría salir muy mal. Sabía que estaba poniendo mucho en riesgo si aceptaba intentarlo con Noah. Podría perder el sitio en el que estaba viviendo, podría perder a los hijos Adams, a Emma, a Dave... 

Todavía no podía creer que él mismo hubiera insinuado que nos podría ir bien juntos, pero mi cabeza no dejaba de recordar lo sincero que había parecido durante toda la conversación, y como mi corazón había dado un vuelco cuando lo insinuó.

De repente, me percaté de que sus ojos también miraban mis labios, y me atreví a hablar.

–Esto puede salir muy mal... Lo sabes, ¿verdad?

Humedeció sus labios y respondió con una media sonrisa.

–Lo sé –admitió –. Pero ¿qué sería de Noah Adams sin algo de riesgo?

Sonreí también, y esa vez fui yo quien eliminó la poca distancia que nos separaba. Fue un beso que inició tierno y lento, con caricias suaves por parte de ambos. Sus manos se liberaron de las mías y empezaron a acariciarme los brazos con las yemas de los dedos. Toda mi piel ardió ante su tacto, y me pegué un poco más a él apoyando mi mano en su nuca. Jugué con los mechones rizados que caían despeinados sobre mis dedos, y fue entonces cuando Noah decidió profundizar el beso.

Una de sus manos fue a parar a mi mejilla, y mientras me la acariciaba tiernamente, su lengua penetró en mi boca. Y en ese momento, algo se encendió en mí, algo que no había sentido más que cuando nos besamos en Melrose. 

Su otra mano, presionó sobre mi hombro para tumbarme sobre la cama, y con poco cuidado, se colocó sobre mí dejando su peso sobre sus rodillas y brazos, y haciendo caer la caja de tiritas, el alcohol y los algodones al suelo.

Nos separamos para mirar hacia la puerta con el corazón a mil por hora, y cuando pude asegurarme de que nadie se había despertado por el ruido, me reí.

–Shhhh –dijo Noah con el rastro de una sonrisa, tapándome la boca con una mano.

Apreté mis labios bajo su palma para parar de reírme y él suspiró aliviado.

–Deberías cerrar la puerta –dije contra su palma, y mirando hacia allí.

Apartó la mano, se levantó y la cerró. No tardó nada en volver a posicionarse sobre mí, y yo sujeté los bordes de su camiseta cuando lo hizo. 

–¿Crees que lo habrán oído? –pregunté mirándole a los ojos.

–Espero que no –dijo elevando una comisura, y volvió a inclinarse sobre mí.

Maravillosa Excepción - Noah CentineoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora