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–Gracias otra vez por traerme –le dije a Luke cuando ya estábamos de camino a casa.

El segundo día de universidad se me había hecho aún más largo que el primero, y empezaba a decepcionarme todo eso. La universidad no estaba resultando ser como yo creía. Además de lo decepcionante de las clases, había tenida que estar preocupándome de no cruzarme con Noah en el campus. No quería verle, y me irritaba la idea de tener que hacerlo en casa.

–De nada, pero deja de darme las gracias. Es lo menos que podía hacer. Además, no me cuesta nada ser tu chófer. Puedo traerte todos los días si quieres –se ofreció, y me reí por cómo se había referido a él mismo. Él no era mi chófer, pero le agradecía muchísimo que me hubiera ido a buscar esta mañana y me estuviera llevando a casa.

–Oh, lo olvidaba. ¿Quieres que te diga le dirección de los Adams? –le pregunté sacando mi teléfono.

Pero me sorprendí cuando dijo:

–No hace falta. Ya sé dónde viven.

–¿Ah, sí?

–Sí –respondió –. Ahora hay que girar en esta calle, bajar hasta la siguiente y... Llegamos.

Detuvo el coche frente a la 3023 y, cuando ambos bajamos, no pude evitar preguntarle:

–¿Cómo lo sabes?

Apartó la mirada hacia el suelo mientras caminábamos hacia la puerta.

–Noah y yo éramos mejores amigos de pequeños –confesó.

Abrí los ojos de par en par.

–Vaya... Jamás lo habría imaginado al veros el otro día en la fiesta.

–Sí, bueno.... Ahora no nos llevamos muy bien.

Subimos los dos escalones que nos llevaban hasta el porche y me detuve frente a la puerta.

–¿Qué pasó? –pregunté con interés.

–Bueno... Es algo complicado de...

La puerta abriéndose de golpe le interrumpió, y para sorpresa de ambos, Noah era quien estaba en el umbral.

–Mi madre necesita que pases –me dijo sin siquiera mirar a Luke.

–Ehhh... –dije un poco desorientada por verle. Después de lo de esa mañana me esperaba mínimo tres gritos y dos miradas asesinas –Vale, ya voy.

Me giré hacia Luke.

–Gracias por traerme –le dije.

–De nada. Mañana te paso a buscar a las ocho –dijo sin importarle la mirada asesina que le echó Noah.

Yo, en cambio, sonreí.

–Vale. Hasta mañana –me despedí con la mano, y pasé.

Nada más hacerlo, fui hacia la cocina donde supuse que estaría Emma sin mirar a Noah. No quería ni verlo, y mucho menos tener que dirigirle la palabra. Parece ser que al contrario que él.

–Mi madre no te necesita –dijo.

Me giré para mirarle con los ojos como platos, sorprendida.

–¿Y para qué me dices que sí? –pregunté, aunque la respuesta ya me la sabía.

–Creía que habíamos acordado que tú por tu lado y yo por el mío –dijo bruscamente.

–Bueno, eso fue hasta que me dejaste tirada en medio de la nada y tuve que llamarle para que me recogiera –dije en el mismo tono, y me giré para subir las escaleras.

Maravillosa Excepción - Noah CentineoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora