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La postura se había vuelto de lo más incómoda ante lo tenso de la situación, pero evité moverme bajo ningún concepto. Emma estaba a unos metros nuestro, si inclinaba un poco la cabeza hacia delante podía verla. Por suerte, una enredadera que colgaba desde el tejado nos tapaba lo necesario desde su punto de vista. Pero aún así, me apretujé más contra la pared por si acaso.

Noah cerró los ojos al escuchar los tacones de su madre saliendo a la terraza, y miré al cielo, rogando a todo lo que hubiera ahí arriba que no nos viera. Solo fueron dos pasos, dos únicos pasos antes de comprobar que su hijo no estaba aquí y volver a entrar en casa. Cerré los ojos y ambos suspiramos aliviados al oír cerrarse la puerta. Las manos de Noah dejaron de tocarme tan rápido como habían empezado a hacerlo y se alejó para asegurarse de que no había nadie.

–Está despejado, vamos –dijo, y sacudió su mano para que fuera con él.

Me recoloqué la ropa y caminé hasta su lado, pero antes de que abriera la puerta, me acordé de algo.

–¡Espera! –susurré, y me di la vuelta hacia la mesa de cristal.

–¿Qué haces? –me preguntó insistente.

–¡Eliminar las pruebas de que hayas estado aquí!

Busqué por el suelo hasta que di con lo que buscaba. Los restos del porro ya estaban apagados cuando lo cogí entre mis manos y lo lancé hacia la calle por encima de los arbusto del jardín.

–Ya está –dije acercándome de nuevo.

Sin hacer ruido, abrimos la puerta y entramos a la cocina. No había nadie, y la chaqueta de Noah seguía allí, aunque ahora estaba bien colocada sobre una silla. Oímos las voces de Emma llamándonos a ambos en el piso de arriba y cuando empezamos a escuchar sus tacones en las escaleras, Noah me dio un pequeño empujón hacia la puerta que conectaba la cocina con el salón, y salí de allí. Me tiré en el sofá justo cuando Emma pisó el suelo, y al verme allí se sorprendió.

–No te he visto cuando he llegado –dijo extrañada.

–Estaba en el baño. Yo tampoco te había oído –dije lo primero que se me ocurrió, y enseguida volví la vista hacia la tele, dónde la película seguía en marcha.

Para disimular tranquilidad, cogí el bol de palomitas y me metí un puñado en la boca. Emma se dio la vuelta y se fue hacia la cocina.

Entonces suspiré aliviada. Tenía el corazón en un puño. No solo porque la señora Adams hubiera estado a punto de pillarnos a su hijo y a mí enrollándonos en su jardín, sino porque había vuelto a besar a Noah. Había sido extraño, su boca sabía realmente mal, pero valió la pena si pudo distraerse de otra forma. Además, había sido bastante más placentero que la anterior vez. El recuerdo de sus manos sobre mi cuerpo me hizo sonrojar y tuve que obligarme a centrarme en la película para olvidar todo lo sucedido.

Escuché cómo Emma y Noah salían al jardín para hablar. Estaba segura de que aún olía a maría ahí fuera, pero confiaba en que Noah fuera lo suficientemente ingenioso como para ponerle una excusa coherente. ¿Cuánto tiempo llevaría Noah haciendo eso? ¿Mintiendo a su familia? ¿Cuánto tiempo tenía pensado seguir haciéndolo? Y lo más importante, ¿qué había podido pasar en esa cena para que sintiera la necesidad que había sentido de colocarse?

Con todas esas preguntas en la cabeza, me dormí en el sofá. Había sido un día muy largo, y cuando la música final se escuchó en la tele, mis ojos se cerraron prácticamente solos.

A la mañana siguiente desperté en mi habitación, dentro de mis sábanas. Intenté recordar el momento en el que me había levantado anoche para subirme a mi cuarto, pero no logré hacerlo. Al mirar hacia mi despertador, que no paraba de sonar de una forma irritante, vi una nota debajo de él. Estiré el brazo para apagar el ruido y me incorporé para leerla. Se podía leer una letra irregular que decía:

Maravillosa Excepción - Noah CentineoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora