Escena III

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CRISTINA (En traje de viaje. Tímidamente, con alguna perplejidad): ¡Buenos días, Nora!

NORA (Indecisa): Buenos días...

CRISTINA: ¿No me conoces?

NORA: Efectivamente... no se... ¡Ah! Sí, me parece... (Lanzando una exclamación). ¡Cristina! ¿Eres tú?

CRISTINA: Si, la misma.

NORA: ¡Cristina! ¡Y no te conocía! ¿Quién había de...? (Mas bajo). ¡Has cambiado tanto!

CRISTINA: Es verdad. Como ya hace nueve...diez años cumplidos...

NORA: ¿De veras hace tanto tiempo que no nos vemos? Si... sí, eso es. ¡Oh! Estos ocho años últimos ¡que época tan feliz! ¡Si supieses!... ¿Con que te tenemos aquí? ¿Has hecho un viaje tan largo en pleno invierno? Se necesita tener valor.

CRISTINA: Pues ya lo ves; he llegado en vapor esta mañana.

NORA: Para pasar las Pascuas, naturalmente. ¡Que alegría! ¡Bien nos vamos a divertir! Pero quítate el abrigo. No tendrás frio, ¿eh? (Ayuda a Cristina a quitarse el abrigo). ¡Aja! Ahora nos sentaremos junto a la chimenea cómodamente. Pero, no, siéntate en ese sillón; yo, en la mecedora; es mi sitio. (Le estrecha las manos). Pues sí, ahora ya veo tu simpática cara... pero, al pronto... sabes... Sin embargo, estás un poco más pálida, Cristina... y... algo más delgada también.

CRISTINA: He envejecido mucho, mucho.

NORA: Si, un poquitín, un poquitín quizá... pero no mucho. (Se detiene de repente, y añade en tono serio). ¡Oh! ¡Qué loca soy! Estoy aquí cotorreando mientras que... Mi querida y buena Cristina, ¿me perdonas?

CRISTINA: ¿Qué quieres decir Nora?

NORA (Con dulzura): ¡Pobre Cristina! Te has quedado viuda.

CRISTINA: Si, hace tres años.

NORA: Lo sabía; lo leí en los periódicos. ¡Oh! Puedes creerme, Cristina, pensé muchas veces escribirte entonces... pero lo iba dejando de un día para otro, y luego siempre había algún impedimento.

CRISTINA: Eso no me sorprende.

NORA: Pues está muy mal hecho. ¡Pobre amiga! ¡Por qué trances has debido pasar! ¿No te ha quedado con que vivir?

CRISTINA: No,

NORA: ¿E hijos?

CRISTINA: Tampoco.

NORA: ¿Nada, entonces?

CRISTINA: Nada; ni siquiera duelo en el corazón, ni una de esas penas que absorben.

NORA (Con mirada de incredulidad): A ver, a ver, Cristina, ¿cómo puede ser eso?

CRISTINA (Sonriendo amargamente y alisándose el cabello con una mano): Eso ocurre con frecuencia, Nora.

NORA: Sola en el mundo. ¡Qué pena debe ser para ti! Yo tengo tres chicos hermosos. Ahora no puedes verlos, porque han salido con la niñera. Vamos, cuéntamelo todo.

La casa de muñecas - Henrik IbsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora