Escena II

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MARIANA: Por fin encontré la caja del traje.

NORA: Está bien. Póngala sobre la mesa.

MARIANA (Lo hace): Quizá el traje no sirva como está.

NORA: ¡Ah! De buena gana lo haría mil pedazos.

MARIANA: ¡Ay, eso no! Puede arreglarse fácilmente; solo se necesita un poco de paciencia.

NORA: Si, iré rogar a la señora de Linde que me ayude.

MARIANA: ¿Vas a salir otra vez? ¿Con este tiempo tan malo? Se va a enfermar...

NORA: No sería lo peor que puede pasarme. ¿Qué hacen los niños?

MARIANA: Los pobrecillos están jugando con los regalos de Navidad, pero...

NORA: ¿Hablan mucho de mí?

MARIANA: Están tan acostumbrados a no separarse de su mamá...

NORA: Si, Mariana, pero, ya ve usted, a futuro no podré estar tanto con ellos.

MARIANA: Los niños se acostumbran a todo.

NORA: ¿Lo cree así? ¿Cree usted que si su mama se marchara para siempre, la olvidarían?

MARIANA: ¡Dios mío! ¡Para siempre!

NORA: Dígame, Mariana... yo me he preguntado muchas veces una cosa. ¿Cómo tuvo usted valor para confiar a su hijo a manos extrañas?

MARIANA: ¿Qué remedio me quedaba, teniendo que criar a Norita?

NORA: Si, pero, ¿cómo pudo usted decidirse?

MARIANA: ¡Como se trataba de un trabajo tan bueno! ¡Era mucha suerte para una muchacha que había tenido una desgracia! Porque el bribón no quería hacer nada a favor mío.

NORA: Seguramente su hija la habrá olvidado.

MARIANA: Ni pensarlo. Me escribió cuando fue su comunión, y luego, otra vez, cuando se casó.

NORA (Echándole los brazos al cuello): Mariana mía, usted fue una buena madre para mi, cuando yo era pequeña.

MARIANA: La pobre Norita no tenía más madre que yo.

NORA: Y si los niños llegaran a no tenerla tampoco, se bien que usted... ¡Todo esto es hablar por hablar! (Abre la caja). Vaya usted con ellos. Yo tengo que... Ya verá usted que hermosa me pongo mañana.

MARIANA: En todo el baile no habrá otra más elegante que usted; eso es indudable. (Sale por la puerta de la izquierda).

NORA (Abriendo la caja, pero rechazándola enseguida): Si me atreviera a salir... Si tuviera la seguridad de que no vendrá nadie... Si supiera que no pasará nada en la casa mientras tanto... ¡Que locura! No vendrá nadie. ¡Fuera pensamientos! Tengo que limpiar el chal. ¡Qué bonitos guantes! ¡A desechar estas ideas! Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... (Lanza un grito). ¡Ah!, están ahí... (Intenta dirigirse a la puerta, y se queda indecisa. Entra Cristina, después de dejar el sombrero y el abrigo en el recibidor).

La casa de muñecas - Henrik IbsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora