Escena III

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NORA: ¡Ah! ¿Eres tú, Cristina? ¿No viene nadie más, verdad? ¡Que oportunamente llegas!

CRISTINA: Supe que habías ido a buscarme.

NORA: Si, pasaba precisamente por tu casa. Quería pedirte ayuda. Sentémonos en el sofá, y te diré de qué se trata. Mañana hay baile de trajes en el piso de arriba, en casa del cónsul Stenborg. Torvaldo desea que me disfrace de pescadora napolitana, y que baile la tarantela que aprendí en Capri.

CRISTINA: ¡Vaya! Vas a dar una función completa.

NORA: Si, es deseo de Torvaldo. Aquí tienes el traje. Me lo mandó hacer Torvaldo; pero está tan estropeado que realmente no sé.

CRISTINA (Después de examinar el traje): Rápidamente se arregla. No tiene más que descosido el adorno por algunas partes. ¡Volando!, hilo y aguja. ¡Ah! Aquí hay de todo.

NORA: ¡Que buena eres!

CRISTINA (Cosiendo): ¿Así es que te disfrazas mañana? Oye, vendré un momento a verte. ¡También yo!... No me he acordado de darte las gracias por la buena velada de ayer.

NORA (Levantándose y atravesando la habitación): Me parece que ayer no se estaba aquí tan bien como de costumbre. Debías haber llegado de fuera poco antes, Cristina... Torvaldo tiene la habilidad de hacer agradable la casa.

CRISTINA: Y tu también... no niegas que eres hija de tu padre. Pero, dime, ¿el doctor Rank continua tan abatido como ayer?

NORA: No, ayer lo estaba más que de costumbre. El infeliz padece una afección terrible a la medula espinal. Su padre era un hombre repugnante, que tenia queridas y... todavía podría decirse algo más. Por eso el está enfermizo desde la infancia, como comprendes.

CRISTINA (Dejando caer la labor): Pero, ¿quién te cuenta semejantes cosas, Nora?

NORA: ¡Bah!... Cuando una ha tenido tres hijos, recibe visitas de ciertas señoras que son medio médicas y cuentan muchas cosas.

CRISTINA (Reanuda la costura. Pausa): ¿Viene todos los días el doctor Rank?

NORA: Todos los días. Es nuestro mejor amigo. El doctor Rank es, por decirlo así, de la casa.

CRISTINA: ¿Es completamente sincero? Quiero decir... si es amigo de lisonjas.

NORA: Es todo lo contrario. ¿Por qué se te ocurre esa idea?

CRISTINA: Ayer, cuando me lo presentaste, aseguró que había oído aquí frecuentemente mi nombre, y, sin embargo, advertí luego que tu marido no tenía la menor noticia de mí. ¿Cómo se explica entonces que el doctor Rank haya podido...?

NORA: Tienes razón, Cristina. Torvaldo me ama extraordinariamente y quiere que yo sea solo de él, como dice. Al principio le daba celos oírme hablar de las personas queridas que me rodeaban antes, y, por supuesto, me abstuve de hacerlo desde entonces, pero con el doctor Rank hablo a menudo de ellas. Le distrae oírme.

CRISTINA: Escúchame bien, Nora. Tú eres una niña en más de un sentido, yo tengo más edad que tu y alguna más experiencia y voy a darte un consejo a propósito del doctor Rank: te convendría poner fin a todo esto.

NORA: ¿Poner fin a qué?

CRISTINA: A muchas cosas. Ayer me hablabas de un adorador rico que deba proporcionarte dinero.

NORA: Es verdad; pero ese adorador no existe... por desgracia. ¿Qué otra cosa?

CRISTINA: ¿Es rico el doctor Rank?

NORA: Si, tiene cierta fortuna.

CRISTINA: ¿Y familia?

NORA: Ninguna; ¿pero...?

CRISTINA: ¿Y viene aquí diariamente?

NORA: Ya sabes que sí.

CRISTINA: ¿Y cómo comete esa falta de delicadeza un hombre caballeresco?

NORA: No comprendo nada.

CRISTINA: No disimules, Nora. ¿Crees que no adivino a quien pediste los mil doscientos escudos?

NORA: ¿Estás loca? ¿Puedes creer de veras semejante cosa? ¡A un amigo, que viene aquí todos los días! ¡Seria una situación muy incómoda!

CRISTINA: Entonces, ¿de veras no es él?

NORA: ¡Claro que no! Ni un solo instante se me ha ocurrido semejante idea. Además, el no podía prestar dinero en aquella época: lo ha heredado después.

CRISTINA: Ha sido una suerte para ti, querida Nora.

NORA: No, mujer; jamás se me ocurriría la idea de pedir al doctor... Y eso que estoy segura de que si le pidiera...

CRISTINA: Pero, naturalmente, no lo harás.

NORA: Por supuesto. Tampoco creo que sea necesario; pero estoy segurísima de que si yo hablase al doctor Rank.

CRISTINA: ¿Sin saberlo tú esposo?

NORA: Es necesario salir de esta situación. También yo di dinero sin que él lo supiera. Es preciso que esto concluya.

CRISTINA: Ya te lo decía ayer; pero...

NORA (Yendo de un lado para otro): Un hombre puede resolver más fácilmente esta clase de asuntos que una mujer...

CRISTINA: Si hablas del marido, si.

NORA: ¡Tonterías! (Se detiene). Cuando se ha pagado todo, ¿se devuelve el recibo, no es eso?

CRISTINA: Naturalmente.

NORA: ¡Y puede romperse en mil pedazos y quemarse... el inmundo papel!

CRISTINA (La mira con fijeza; abandona la labor y se levanta lentamente): Nora, tú me ocultas algo.

NORA: ¿Me lo conoces en la cara?

CRISTINA: Desde ayer por la mañana ha ocurrido alguna cosa. Nora, dime de qué se trata.

NORA (Volviéndose hacia ella): ¡Cristina! (Escuchando). ¡Silencio! Torvaldo está ahí. Ve al cuarto de los niños. Torvaldo no puede ver coser. Di a Mariana que te ayude.

CRISTINA (Recogiendo parte de la labor): Bueno, pero no me iré hasta que me hayas contado todo francamente. (Mutis por la izquierda; al mismo tiempo entra Helmer por la puerta del recibidor).

La casa de muñecas - Henrik IbsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora