Escena VII

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NORA (Sumamente angustiada, permanece inmóvil y dice a media voz): Seria capaz de hacerlo. Lo hará a pesar de todo. ¡Jamás, oh, jamás! ¡Antes cualquier cosa!... ¡Valor!... ¡Un pretexto!... (Llaman). ¡El doctor Rank!... ¡Antes cualquiera cosa!, ¡cualquiera! (Se pasa la mano por la frente, procurando tranquilizarse, y va a abrir, la puerta de entrada. Se ve al doctor Rank colgando el abrigo. Empieza a anochecer). ¡Buenas tardes, doctor! Lo he conocido a usted por el modo de llamar. No entre usted ahora en el despacho de Torvaldo: está ocupado.

RANK: ¿Y usted?

NORA (En cuanto entra el doctor, ella cierra la puerta): ¡Oh!, ya sabe... para usted siempre tengo un momento.

RANK: ¡Gracias! Me aprovecharé mientras pueda.

NORA: ¿Cómo mientras pueda?

RANK: Si. ¿Se asusta usted?

NORA: La frase es algo extraña. ¿Es que va a ocurrir algo?

RANK: Lo he previsto hace mucho tiempo; pero no creía que fuera tan pronto.

NORA (Asiéndolo de un brazo): ¿Qué sucede? ¿Qué le han dicho a usted? Doctor, tiene usted que contármelo.

RANK (Sentándose cerca de la chimenea): Estoy al fin de la pendiente. Ya no hay nada que hacer.

NORA (Aliviada): ¿Se trata de usted?

RANK: Pues, ¿de quién? ¿Para qué engañarme a mí mismo? Soy el más mísero de todos mis pacientes... Estos días he hecho el examen general de mi estado. ¡Es la bancarrota! Antes de un mes estaré quizá convertido en un puñado de tierra.

NORA: ¡Que disparate! ¡Vaya una manera tan fea de hablar!

RANK: Es que la cuestión es horriblemente fea. Lo peor, sin embargo, son los horrores que han de proceder. No me queda más que hacerme un solo examen, y en cuanto lo haga, sabré poco más o menos cuando empezará el desenlace. Deseo decirle una cosa: Helmer, con su temperamento delicado, tiene horror a todo lo feo. No quiero verlo en mi cabecera.

NORA: ¡Oh, pero, doctor!...

RANK: No quiero. Bajo ningún pretexto. Le cerraría la puerta de mi casa. Tan pronto como tenga la certidumbre de la catástrofe, le enviaré a usted mi tarjeta de visita señalada con una cruz negra, y así sabrá que ha empezado el desastre.

NORA: No, hoy está usted demasiado extravagante. Y yo tenía tanta necesidad de que estuviera usted de buen humor...

RANK: ¿Con la muerte ante los ojos?... (Pausa). ¿Y pagar por otro? ¿Es eso justicia? En cada familia hay de una u otra manera una venganza de ese tipo...

NORA (Tapándose los oídos): ¡Silencio! ¡Estamos alegres, estamos alegres!

RANK: La verdad es que es cosa de risa. Mi espina dorsal, la pobre inocente, debe sufrir aun a causa de la alegre vida que hizo mi padre cuando era teniente.

NORA (A la izquierda, cerca del velador): ¿Le gustaban demasiado los espárragos y los pasteles, verdad?

RANK: Si, y las trufas.

NORA: ¡Ah, sí!, las trufas, ¿y también las ostras?

RANK: Y las ostras, naturalmente.

NORA: Y tragos de oporto y de champaña... Es lamentable que todas esas cosas tan buenas ataquen la espina dorsal.

RANK: Especialmente cuando atacan a una infeliz espina dorsal que jamás disfrutó de ellas.

La casa de muñecas - Henrik IbsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora