ESCENA I

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CRISTINA (Sentada cerca de la mesa, hojea distraídamente un libro). De vez en cuando mira con inquietud hacia la puerta y escucha atentamente.

CRISTINA (Mirando su reloj): No viene, y, sin embargo, ha pasado ya la hora. Con tal que... (Vuelve a escuchar). ¡Ah! ¡Es él! (Va al recibidor y abre suavemente la puerta exterior. En voz baja). Entre usted, estoy sola.

KROGSTAD (En la puerta): He recibido una carta de usted. ¿Qué desea?

CRISTINA: Tengo necesidad absoluta de hablarle.

KROGSTAD: ¿Si? Y la entrevista, ¿ha de ser aquí, precisamente?

CRISTINA: No podía recibirle en mi casa, porque no hay puerta independiente. Venga usted; estaremos solos. Los Helmer están de baile en el segundo piso.

KROGSTAD (Entrando): ¿Como?¡Los Helmer están de baile esta noche! ¿De veras?

CRISTINA: ¿Qué tiene eso de particular?

KROGSTAD: Nada.

CRISTINA: Krogstad, tenemos que hablar.

KROGSTAD: ¿Nosotros dos?¿Que podremos decirnos todavía?

CRISTINA: Muchas cosas.

KROGSTAD: No lo hubiera creído jamás.

CRISTINA: Es que usted no me ha comprendido bien nunca.

KROGSTAD: No sabía mucho que comprender; esas cosas ocurren diariamente. La mujer sin corazón despide al hombree con quien está en relaciones cuando encuentra otro partido más ventajoso.

CRISTINA: ¿Me cree usted, pues, falta de corazón enteramente?¿Supone que no me costó nada el rompimiento?

KROGSTAD: Sin duda.

CRISTINA: ¿Ha creído eso realmente, Krogstad?

KROGSTAD: Si no era así, ¿por qué me escribió usted como lo hizo?

CRISTINA: No podía actuar de otro modo. Decidida a romper, debía arrancar de su corazón todo lo que sintiera por mí.

KROGSTAD (Frotándose las manos): ¡Ah!¡Eso es!... Y todo por el vil interés.

CRISTINA: No debe usted olvidar que yo tenía entonces que sostener a mi madre y a dos hermanos pequeños. No podíamos esperar a usted, que solo tenía entonces esperanzas tan remotas...

KROGSTAD: Aun suponiendo que fuera así, usted no tenía derecho a rechazarme por otro.

CRISTINA: No lo sé. Muchas veces me lo he preguntado.

KROGSTAD (Bajando la voz): Cuando la perdí a usted, creí que me faltaba el suelo. Míreme: soy como un náufrago asido a una tabla.

CRISTINA: Quizá esté próxima la salvación.

KROGSTAD: La tenía ya, y usted ha venido a quitármela.

CRISTINA: Yo he sido ajena a la cuestión, Krogstad. Hasta hoy no he sabido que la persona a quien iba a sustituir en el Banco era usted.

KROGSTAD: Lo creo, puesto que me lo dice; pero ahora que lo sabe, ¿no renunciará al cargo?

CRISTINA: No, porque a usted no le serviría de nada.

La casa de muñecas - Henrik IbsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora