ESCENA III

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HELMER: ¡Gracias a Dios que se fue! Es fastidiosa la mujer.

NORA: ¿No estás muy cansado, Torvaldo?

HELMER: No, ni pizca.

NORA: ¿No tienes sueño tampoco?

HELMER: Por lo contrario, estoy tan despabilado. Pero ¿y tú? Es verdad: tú tienes cansancio y sueño.

NORA: Si, estoy muy fatigada, y tengo seguridad de que me dormiré enseguida.

HELMER: ¿Ves como tenía razón para no querer estar más tiempo en el baile?

NORA: Tú tienes siempre razón en todo.

HELMER (Besándola en la frente): Vamos, la alondra empieza a hablar sensatamente. Pero, dime, ¿has observado que alegre estaba Rank esta noche?

NORA: ¿Si? No tuve ocasión de hablarle.

HELMER: Yo apenas le he hablado; pero hace mucho tiempo que no lo veía de tan buen humor. (La mira un instante y se acerca). Pero ¡que bueno es volver a encontrarse uno en su casa, estar solo contigo!... ¡Oh! ¡Que hermosa, que embriagadora mujercita!

NORA: No me mires de ese modo, Torvaldo.

HELMER: ¡No voy a mirar mi más caro tesoro!, ¡este esplendor que es mío, nada más que mío, completamente mío!

NORA (Yéndose al otro lado de la mesa): No me hables así esta noche.

HELMER (Siguiéndola): Aun te retoza la tarantela en la sangre, según veo, y con eso estás más que seductora. ¡Oye! Se van los invitados. (Bajando la voz) Nora, pronto quedará la casa en silencio.

NORA: Si, así lo espero.

HELMER: ¿Verdad adorada Nora? ¡Oh! Cuando estamos en sociedad como esta noche... ¿Sabes por qué te hablo tan poco, por qué permanezco lejos de ti, limitándome a dirigirte alguna que otra mirada? ¿Sabes por qué? Pues porque me gusta imaginar que eres mi amor secreto, mi joven, mi misteriosa prometida, y que todos lo ignoran.

NORA: Si, si, si, ya sé que todos tus pensamientos son para mí.

HELMER: Y, al salir, cuando te coloco el chal sobre los hombros delicados y juveniles, cuando oculto esa nuca maravillosa, me figuro que eres mi joven desposada, que volvemos de la boda, que te traigo por primera vez a mi casa, y que, al fin, vamos a estar solos... ¡Voy a esta solo contigo, con mi tierna beldad temblorosa! Toda esta velada no he hecho otra cosa que suspirar por ti. Cuando te vi hacer como que perseguías... cuando vi tus movimientos provocativos bailando la tarantela... empezó a hervirme la sangre, no pude resistir mas y te saqué precipitadamente...

NORA: Vete, Torvaldo. Déjame. No me gusta eso.

HELMER: ¿Pero qué es esto? Tú te burlas de mi, Norita. ¿Qué no quieres, dices? ¿No soy tu marido? ¿No eres mi encantadora mujercita?... (Llaman a la puerta de afuera)

NORA (Estremeciéndose): ¿Has oído?

HELMER (Pasando al recibidor): ¿Quién es?

La casa de muñecas - Henrik IbsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora