Escena IV

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NORA (Yendo al encuentro de Helmer): ¡Con que impaciencia te esperaba, querido Torvaldo!

HELMER: ¿Era la costurera?

NORA: No, era Cristina, que me está ayudando a arreglar el traje... ¡Ya verás que impresión doy!

HELMER: Si, he tenido una buena idea.

NORA: ¡Magnifica! Pero también tengo el merito de tratar de complacerte.

HELMER (Acariciándole la barbilla): ¿Merito?... ¿Por complacer a tu marido? Vamos, vamos, loquilla, ya sé que no es solo eso lo que querías decir. Pero no quiero interrumpirte; tendrás que probarte el vestido, supongo.

NORA: ¿Y tú? ¿Vas a trabajar?

HELMER: Si. (Enseña papeles). Mira. He ido al Banco. (Va a entrar en el despacho).

NORA: Torvaldo...

HELMER (Deteniéndose): ¿Decías...?

NORA: ¿Si la ardillita te suplicara encarecidamente una cosa...?

HELMER: ¿Qué?

NORA: ¿La harías, di?

HELMER: Ante todo, necesito saber de qué se trata.

NORA: Si tu quisieras ser complaciente y amable, la ardillita brincaría y haría toda clase de monadas.

HELMER: Habla de una vez.

NORA: La alondra gorjearía en todos los tonos.

HELMER: La alondra no hace más que eso.

NORA: Bailaría para distraerse como las sílfides a la luz de la luna.

HELMER: Nora... ¿no será aquello de que hablaste esta mañana?

NORA (Acercándose): Si, Torvaldo... ¡Hazme ese favor!

HELMER: ¿Y tienes valor para volver a hablar de ese asunto?

NORA: Si, si, tienes que acceder, deseo que Krogstad conserve su puesto en el Banco.

HELMER: Mi querida Nora, he destinado esa plaza a la señora de Linde.

NORA: Te lo agradezco mucho; pero, bueno, no tienes más que dejar cesante a otro en vez de Krogstad.

HELMER: ¡Eso es una terquedad que pasa de la raya! Porque ayer hiciste irreflexiblemente una promesa, quieres que...

NORA: No es por eso, Torvaldo. Es por ti. Me has dicho que ese hombre escribe en los peores periódicos... ¡Podrá hacerte daño! ¡Me inspira un miedo espantoso!

HELMER: ¡Oh! Ya comprendo... Te acuerdas de otras épocas y te asustas.

NORA: ¿A qué te refieres?

HELMER: Piensas evidentemente en tu padre.

NORA: Eso; si. Acuérdate de todo lo que escribieron en los periódicos contra papa personas viles... y de todas las calumnias que lanzaron contra él. Creo que lo habrían destituido, de no haberte enviado a ti al ministerio para hacer el informe y de no haberte mostrado tan benévolo con él.

HELMER: Norita mía, existe una gran diferencia entre tu padre y yo. Tu padre no era funcionario inatacable: yo sí, y espero continuar siéndolo mientras conserve mi posición.

NORA: ¡Oh! ¡Quien sabe de lo que son capaces de inventar las malas lenguas! ¡Podríamos vivir tan bien, tan tranquilos, tan contentos, en nuestro apacible nido, tú, los niños y yo! Por eso te lo suplico con tanta insistencia.

HELMER: Pues precisamente por hablarme tú en su favor, me es imposible acceder. Ya se sabe en el Banco que Krogstad va a quedar cesante, y si ahora se supiera que la mujer del nuevo director le ha hecho cambiar de opinión...

NORA: ¿Qué?

HELMER: No, poco importa, naturalmente, con tal que tú te salgas con la tuya. ¿Puedes querer que me ponga en ridículo a los ojos de todo el personal?... ¿O dar a entender que soy accesible a toda clase de influencias extrañas? Puedes estar segura de que no tardarían en dejarse sentir las consecuencias. Y además, hay otra razón que hace imposible la permanencia de Krogstad en el Banco mientras yo sea director.

NORA: ¿Cual?

HELMER: En lo que respecta a su mancha moral... yo en rigor hubiera podido ser indulgente...

NORA: ¿Si, verdad, Torvaldo?

HELMER: Sobre todo después de saber que es un buen empleado; pero lo conozco hace mucho tiempo. Es una de esas amistades de la juventud, contraídas a la ligera, y que después nos estorban frecuentemente en la vida. Para decírtelo francamente: nos tuteamos. Y ese hombre tiene tan poco tacto, que no disimula en presencia de otras personas, sino que, por lo contrario, cree que tiene derecho a usar conmigo de un tono familiar, siempre está tú por arriba, tú por abajo. Te juro que eso me molesta mucho, y haría intolerable mi situación en el Banco.

NORA: Torvaldo, tú no lo dirás en serio.

HELMER: Si. ¿Por qué no?

NORA: Porque sería un motivo mezquino.

HELMER: ¿Qué dices? ¿Mezquino? ¿Me juzgas mezquino?

NORA: No, al revés, querido Torvaldo, y por eso...

HELMER: Es lo mismo. Tú dices que son mezquinos mis motivos: por consiguiente, debo serlo yo. ¿Mezquino? ¿De veras? Es hora de terminar con esto. (Llamando)¡Elena!

NORA: ¿Qué vas a hacer?

HELMER (Buscando entre los papeles): A tomar una resolución. (Entra Elena).

La casa de muñecas - Henrik IbsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora