Escena VIII

249 7 0
                                    

NORA (Adelantándose hacia Krogstad): Hable bajo, que está ahí mi marido.

KROGSTAD: No hay inconveniente.

NORA: ¿Qué quiere usted?

KROGSTAD: Decirle una cosa.

NORA: ¡Hable pronto! ¿Qué desea decirme?

KROGSTAD: ¿Usted sabe que he recibido la cesantía?

NORA: No he podido evitarlo, señor Krogstad. He defendido su causa cuanto me ha sido posible, pero todos mis esfuerzos han resultado inútiles.

KROGSTAD: ¿Tan poco la ama su marido? Sabe lo que puede ocurrir, y, a pesar de eso, se atreve...

NORA: ¿Cómo puede usted, suponer que lo sepa?

KROGSTAD: Realmente no lo he creído nunca, porque no es persona que tenga tanto valor mi buen Torvaldo Helmer.

NORA: Señor Krogstad, exijo que se respete a mi marido.

KROGSTAD: Se supone. Se le respeta cuanto corresponde. Pero, ya que pone tanto empeño en ocultar este asunto, me permito suponer que está usted mejor informada que ayer respecto de la gravedad de lo que hizo.

NORA: Mejor informada de lo que hubiera podido estarlo usted.

KROGSTAD: Efectivamente, un jurista tan malo como yo...

NORA: ¿Qué quiere usted?

KROGSTAD: Nada. Ver solo como está la señora. He pasado todo el día pensando en usted. Por más que uno sea un abogaducho, un... en fin, un sujeto como yo, no deja de tener algo que se llama corazón, después de todo.

NORA: Demuéstremelo usted; piense en mis hijos.

KROGSTAD: ¿Ha pensado en los míos su marido? Pero importa poco. Yo solo quería decirle a usted que no tomara la cosa muy a lo trágico, pues, por el momento, no he de presentar acusación contra usted.

NORA: ¿No, verdad? Estaba segura.

KROGSTAD: Se puede terminar este asunto amistosamente, sin que se enteren otras personas. Todo puede quedar entre nosotros tres.

NORA: Mi marido no debe saber nada nunca...

KROGSTAD: ¿Cómo va usted a impedirlo? ¿Acaso puede pagar el resto de la deuda?

NORA: Inmediatamente, no.

KROGSTAD: ¿Ha encontrado quizá la manera de adquirir dinero estos días?

NORA: No. Medio que se pueda emplear, ninguno.

KROGSTAD: Además, no le serviría a usted de nada: no le devolveré el pagaré ni por todo el dinero del mundo.

NORA: Explíqueme entonces como quiere utilizarlo.

KROGSTAD: Deseo conservarlo simplemente; tenerlo en mi poder; pero ningún extraño sabrá nada. De manera que si había pensado usted en alguna solución desesperada...

NORA: Si que he pensado.

KROGSTAD: ...En abandonarlo todo y huir...

NORA: Lo he pensado, si.

KROGSTAD: ...O en algo peor todavía...

NORA: ¿Cómo?

KROGSTAD: ...Renuncie a esas ideas.

NORA: Pero, ¿como sabe usted que las tenga?

KROGSTAD: Casi todas las tenemos al principio. Yo las tuve como los demás; pero confieso que me faltó valor.

NORA: ¡A mi también!

KROGSTAD (Tranquilizado): ¿No es verdad? A usted también le falta valor.

NORA: Si.

KROGSTAD: Además, sería una solemne tontería, porque, pasada la primera tempestad conyugal... Aquí, en el bolsillo, traigo una carta para su esposo...

NORA: ¿Se lo cuenta usted todo?

KROGSTAD: Con la mayor suavidad posible.

NORA (Con precipitación): No verá esa carta. Rómpala, yo buscaré el dinero para pagarle.

KROGSTAD: Dispénseme, señora, pero creo haberle dicho hace un momento...

NORA: ¡Oh! No hablo del dinero que le debo a usted. Dígame cuanto piensa pedirle a mi marido y se lo entregaré yo.

KROGSTAD: No pido dinero a su marido.

NORA: ¿Pues que pide entonces?

KROGSTAD: Se lo diré. Quiero prosperar, señora, quiero hacer fortuna; y ha de ayudarme su marido. Durante año y medio no he cometido ningún acto deshonroso; durante todo ese tiempo he luchado con las más duras dificultades. Estaba satisfecho con volver a subir paso a paso. Ahora me dejan cesante y no me basta ya que me repongan por favor. Quiero prosperar, digo. Quiero entrar en el Banco... en mejores condiciones que antes; su marido tiene que crear una plaza para mí...

NORA: ¡Eso no lo hará nunca!

KROGSTAD: Lo hará; lo conozco... no se atreverá a pestañear, y, conseguido esto, ya verá usted. Antes de un año seré la mano derecha del director. Quien dirigirá el Banco será Enrique Krogstad y no Torvaldo Helmer.

NORA: Jamás ocurrirá semejante cosa.

KROGSTAD: ¿Querría usted acaso...?

NORA: Tengo valor para hacerlo.

KROGSTAD: ¡Oh! No me asusta usted. Una dama distinguida y delicada como usted...

NORA: ¡Ya lo verá usted, ya lo verá!

KROGSTAD: ¿Bajo el hielo acaso? ¿En el abismo húmedo, frio y sombrío? Y volver a la superficie en la primavera, desfigurada, desconocida, sin cabello...

NORA: No me asusta usted.

KROGSTAD: Ni usted a mí. No se hacen esas cosas, señora. ¿Y a que conducirán, además? De todos modos, lo tengo en el bolsillo...

NORA: Cuando yo no exista...

KROGSTAD: Si usted se suicida, estará en mis manos su memoria. (Nora lo mira perpleja). Con que ya está usted advertida. ¡Nada de bobadas! Cuando Helmer reciba mi carta, se apresurará a contestarme. Y acuérdese usted bien de que su marido es quien me obliga a dar este paso. Eso no se lo perdonaré nunca. ¡Adiós, señora! (Se va).

La casa de muñecas - Henrik IbsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora