Ryuhito frunció el ceño a su compañero de habitación, que coreaba emocionado en la fila para entrar a aquel concierto. No sabía cómo le había parecido buena idea salir con un desconocido a un sitio extraño en un país desconocido.
Pero en el momento que entro a su habitación compartida ese chico se había portado muy amable con él. Le había mostrado el campus con tal alegría y había ignorado a los agentes de seguridad que siempre le acompañaban con mucha educación, siempre tratándolo como un ser humano normal, no como si fuera alguien superior o una especie de deidad.
A pesar de que se les fue quitado el estatus divino a los miembros de la familia imperial luego de la segunda guerra mundial, no entendía porque lo seguían tratando de esa manera. Cuando piso Corea del Sur, fue recibido con una comitiva especial, celebrando el hecho de que esta podía ser una buena forma de olvidar los errores cometidos en el pasado y dar un paso al futuro. Cuando llego a la universidad, el rector casi hace una fiesta solo para llevarlo a su habitación. Se sentía incómodo con las miradas impresionadas y algunas rencorosas de sus compañeros de Master.
Era bastante agradable encontrar a una persona que no lo mirara como si fuera un bicho raro, aunque fuera mucho más agradable si no estuviera cantando a todo dar una canción de un grupo de chicas entre ese montón de gente que esperaba ansiosa entrar al teatro para el concierto.
«Oye... tengo una entrada de sobra para el Dream Concert ¿quieres venir?» le había preguntado en cuanto volvieron a la habitación luego de que le enseñara el campus. A pesar de que sus posters de anime y grupos de chicas pegados con sumo cuidado en la pared encima de su cama no le habían dado buena espina, aceptó. Ahora se encontraba casi aplastado entre un montón de personas. Caminó rápido entre la multitud, dando bocanadas gigantes de aire. Casi pierde su entrada y por mera suerte logro dársela al tipo de la taquilla.
— ¡Eh! ¡Me había preocupado por ti! — Dae Hyun palmeó su hombro ¿Cómo demonios entró antes que él? — Sería de muy mala educación perder a mi dongsaeng recién llegado.
— ¿Dongsaeng? — preguntó confundido. El muchacho asintió, caminando delante de él.
— Tienes veinticuatro años, ¿no? — Ryuhito asintió — Bien, yo tengo veinticinco, veintisiete aquí en Corea. Soy tu mayor, así que eres mí dongsaeng. Yo soy tu hyung. ¿algo así como un Senpai en japonés? Bueno, lo que sea, puedes llamarme hyung si quieres.
Nunca había tenido que llamar Senpai a nadie, pero no quiso decir nada, ya habían llegado a sus asientos y el concierto estaba a punto de empezar. Dae Hyun le entrego una linterna azul celeste ¿para qué quería él una linterna azul? De cierta forma, le recordaba a las que ponía su abuela en la habitación para que no le tuviera miedo a la oscuridad.
— Es para apoyar a los grupos, cada grupo tiene su color oficial. — explicó Dae Hyun, como si leyera su expresión. Asintió confundido ¿Por qué querría el apoyar grupos que no conocía? — Lamento darte ese, pero era una condición de mi padre para darme las entradas.
Su expresión de confusión no cambiaba, motivando a Dae Hyun a seguir hablando.
— Mi padre es dueño de una de las agencias que administra un grupo que se presentara hoy, acaban de debutar y necesitan mucho apoyo para salir adelante. Ya sabes, trucos de marqueting y esas cosas.
Volvió a asentir mirando de nuevo la linterna en sus manos, no sabía mucho de ídolos, bueno, en realidad no sabía mucho de demasiadas cosas. Por eso quería ahorrarse sus palabras, no quería parecer estúpido nada más al llegar a un país nuevo.
Salía nada más a sus deberes imperiales o para estudiar. Demás, siempre vivía enclaustrado. «Aprovecha esta oportunidad para vivir tu juventud» había dicho su abuela, la emperatriz, en un susurro la noche antes de partir a Corea, quizás se refería a hacer este tipo de cosas, salir con amigos e ir a conciertos de grupos que no conocía.
Siempre empujado a la excelencia, su adolescencia fue muy complicada, el odio de sus compañeros era palpable tras la máscara de respeto. Eso sí, las chicas caían a él como lluvia. «Ten todo el sexo que quieras ahora y después encontraremos una muchacha bonita y virgen para ti» le había dicho su tío, riendo, en una de sus tantas noches de borrachera.
Mentiría si dijera que no le había obedecido, repleto de frustraciones, era la única manera que había encontrado para descargarse, eso sí, la casa imperial se había cargado de proveer a las mujeres para ese trabajo. ¿Y quién los culpaba? No iban a poner en riesgo al único heredero al trono. Perderlo sería una catástrofe.
En la casa imperial, solo eran su abuelo, su tío y él. Al ser hijo del primogénito del emperador, era el primero en la línea de sucesión. De todas formas, no podía ser de otra manera. Su tío era muy mayor y la ley Sálica no permitia gobernar a las mujeres.
Lo cual era una mierda. Ya que estaban su hermana y sus primas, todas más inteligentes, con más gracia y con más empatía que él pero que no podían aspirar al trono por el simple hecho de ser mujeres. Además, de que, si se casaban con un hombre que no fuera parte de la familia imperial, cosa imposible ya que casi todas las ramas existentes de la casa imperial fueron revocadas luego de la segunda guerra mundial, deben renunciar de inmediato a su estatus para convertirse en plebeyas.
Había visto varias bodas ya, se había despedido de forma solemne de miembros de su familia y tenía que mantenerse tranquilo mientras iba quedándose solo. Su hermana mayor, la princesa Chiasa, no tardaría en irse de igual forma. Ella ya tenía veintiocho años y a veces pensaba que no se había ido para no dejarlo, a pesar de que él ya tenía asimilada esa idea por completo.
Desde que sus padres murieron cuando él tenía cuatro años, sus abuelos y hermana se habían encargado de él. La casa imperial había predispuesto preceptores para ellos, pero su abuela se negó con absoluta rotundidad. Si ella no había dejado que sus hijos fueran criados por esas personas, mucho menos iba a permitirlo con sus nietos.
— ¡Despierta! ¡Ya va a empezar! — un codazo lo hizo salir de su ensoñación, viendo al presentador del concierto que dijo unas cuantas palabras antes de que el primer grupo hiciera acto de presencia. Eran nueve chicos que vestían trajes muy llamativos, de color rosa con negro y blanco, que bailaban una canción hip hop con una sincronización increíble.
Nunca había visto tal espectáculo, digo, si solía ver grupos japoneses por televisión, pero en vivo era otra cosa muy distinta. La combinación del vestuario, las luces y la coreografía hacían el show algo especial. También debía admitir que la música era muy buena y que el furor de las personas a su alrededor era contagioso.
Aunque su compañero parecía conocer todos los grupos que subían al escenario, cambio bastante de actitud cuando un grupo de cuatro chicas vestidas con trajes de color azul subieron al escenario. Parecía más eufórico y gritaba con muchas ganas, quizás era su grupo favorito, pero eso no fue lo que más llamo su atención.
La dueña de su atención era una de ellas que se movía en el escenario con una sensualidad innata. Su baile era tan preciso y su canto tan armónico que parecía un hechizo, una especie de ritual para atraerlo. «Skyfall» parecía el nombre perfecto para un grupo donde ella es parte, ya que, de forma clara, parecía caída del cielo.
Parece que su hechizo funcionó, porque no quito aparto la mirada de esa chica hasta que salió del escenario, sonrió ladino.
Vivir en Corea iba a ser más divertido de lo que aparentaba.
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El capricho del príncipe
RomanceLos caprichos de un príncipe mimado y las exigencias de una mujer independiente eran la fórmula perfecta para el desastre. -PRIMERA PARTE DE LA TRILOGÍA: ¨"DESASTRE" (BORRADOR) Prohibida la copia total o parcial de esta obra. Código de Registro Safe...