CAPÍTULO XI: LOS DESLICES DE UNA BAILARINA

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Me desperté sin noticias de mi madre, al parecer ya se había ido a trabajar. Siempre sucedía lo mismo, ella salía más temprano que yo y no cruzábamos ni media palabra hasta la noche, claro, si es que ella no se encontraba durmiendo debido al cansancio. Supongo que ese era el precio por tener un buen lugar y patrimonio monetario hoy en día.

Mi mamá es gerente en una importante empresa automotriz, la más grande en la ciudad de hecho. Comenzó a trabajar en el lugar hace unos ocho años, iniciando como una empleada más, pero con estudios y muchas capacitaciones logro llegar a ser la mujer actual.

Toda la jornada escolar pasó sin mayor noticia, es decir, no es como si fuera interesante cuando no iba a tener la oportunidad de ver a Lara durante alguna clase, lamentablemente me tocaba un solo día con ella, dos míseras horas que debía hacerlas eternas y memorables. Cada recreo esperaba verla para al menos saludarla, pero eso hasta ahora no pasaba, o era que yo jamás estaba en el lugar apropiado para verla frente a frente.

Por cierto, hoy mi chofer asignado era la mismísima Andrea, que había prometido devolverme cada vuelta que le había dado en mi auto, cosa que me haría cargo de cumplir al pie de la letra. La chica no evitaba la risa al contarme repetidas veces cómo había sido pedirle uno de los dos autos a sus padres, después de tanto tiempo sin usarlo, más cuando se empeñaba en relatar la parte en la que explicaba que a mí me había castigado cual niña de diez años —según ella, claro está—

En cuanto a mi relación con Alonso y Manuel, ya no cruzamos palabras, ninguna cercanía demasiado amistosa, de hecho, anduvieron apartados la mayoría del tiempo, como si supieran que las habían cagado de manera considerablemente horrenda.

La salida de clases fue bastante silenciosa, debido a la agotadora y aburridísima clase de matemáticas, que nos digería completamente. Andrea me esperaba fuera de mi aula —como siempre— para poder irnos directamente a mi casa, para buscar un poco de ropa cómoda y, finalmente ir a mi academia para iniciar el nuevo año con mi querido grupo de danza urbana.

—Hueona, ¿es mucho leseo para entrar a la academia, o sea, a tu crew? —preguntó mi curiosa amiga mientras conducía por la ciudad.

—Sólo tienes que mostrarnos tu capacidad mediante alguna coreografía, que debe estar a la altura para nosotros e ir a los primeros ensayos para ponerte al día. Nada fuera de lo común.

—Ni cagando, me gusta bailar, pero no sirvo para seguir coreografías ni esas cosas que tú haces y enseñas. No sé cómo puedes ser tan seca.

—Sonaste tan fanática y obsesionada conmigo, ya sé que me amas, pero soy una mujer ocupada —bromeé.

—Cállate, igual si te agarro ahora me vas a dar como caja, y encantada más encima.

Sólo me digné a reír como una desquiciada en ese momento, de cierta forma tenía razón, aunque claro, ella merecía una que otra atención especial y "exclusiva" al momento de llevar a cabo la agotadora pero placentera acción, las amigas se tratan bien después de todo... ¿no?

—Touché.

Mi cambio de vestimenta fue bastante rápido, al igual que la forma de conducir de Andrea, quien sin duda estaba peor que una cabra. Decidí utilizar un atuendo bastante "casual" y no tan especializado para realizar los movimientos que requerían mis propias coreografías. Usaba un corto top blanco que se ceñía a mi cuerpo y dejaba a la vista mi abdomen, que puedo decir orgullosamente, que estaba bastante bien trabajado, firme y con unos delicados abdominales, todo gracias al break dance. Mis piernas estaban cubiertas por unos jeans claros y un poco rasgados que combinaban a la perfección con mis blancas, urbanas y cómodas Vans blancas.

¿Arte? Es amarte (LGBT) (LESBIANAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora