CAPÍTULO LX: LOS TREINTA

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Efectivamente habían trasladado a Isidora a la mañana siguiente según lo que me habían comentado mis propios colegas. Al menos su estado de salud ya estaba considerablemente estable a si que mayor riesgo no significaría todo el ajetreo del cambio.

Debo reconocer que noté su ausencia por un tiempo, sobre todo porque a veces me entraban ganas de desahogarme contándole alguna estupidez a alguien que simplemente me escuchara, sin aconsejarme ni nada similar y también extrañaba la tranquilidad que emanaba su presencia y no, era por algo más allá que el simple coma que la dejaba en ese estado.

Así pasó el tiempo y después de un mes de su ausencia, vi como se acercaba la fecha de mi cumpleaños. Los temidos treinta años.

Si bien todo el mundo me seguía diciendo que tenía cara de guagua, yo me sentía hecha mierda. De pronto notaba líneas de expresión que antes no tenía o luchaba con esa singular cana que siempre salía en la parte frontal de mi cabeza. Otras veces culpaba a la edad cuando me cansaba corriendo a través del hospital o cargando a mi hija, o incluso estando con Lara, pero mi esposa siempre estaba ahí para decirme que era simplemente cansancio por los turnos o que en realidad era algo que solo yo creía.

La verdad es que había desarrollado un miedo a envejecer, siendo que cuando era una adolescente no estaba en mis planes preocuparme por este tipo de cosas. Recuerdo que siempre decía que envejecería de manera natural y digna, y que jamás me acomplejaría por eso. A veces lo analizaba y me tranquilizaba pensando que simplemente atribuía muchos de mis dotes a mi aspecto físico que tanto trabaja para mantenerlo, cuando en realidad, también sabía a la perfección que otras características eran las que me hacían sentir tan especial muchas veces.

Después me perseguían otras preocupaciones, como estar quedando estancada en mi profesión. La mayoría de mis compañeros de carrera ya estaban finalizando su primera especialidad mientras yo me encontraba aún en medicina general, trabajando en lo mismo desde que salí, esperando el momento oportuno para dejar de ser un proveedor económico importante de mi familia y poder dedicarme a crecer como médica.

—Hueona estúpida deja de mirarte el culo al espejo y decídete por qué vas a poner a la parrilla mañana —escuché a Andrea llamando mi atención, claramente muerta de risa.

—Pero mierda, ya te dije que quería —reí—. Aparte, le pedí a Fernando que se hiciera cargo... como favor de cumpleaños.

—Ah, si me avisó —comentó, recordando, lo que provocó que se le formara una sonrisa en el rostro—. Es más, me llamó diciendo que le habías dicho "sirve para algo, pedazo de mierda" —señaló, copiando verbalmente lo que había dicho mi amigo, lo que me hizo reír a carcajadas.

Mis amigos eran un elemento importantísimo en mi vida, ahora incluso podía volver a contemplar a Alonso, con el que solía compartir sobre todo aspectos de la vida en familia. Me hacían sentir viva, muchas veces recordándome a cómo éramos en nuestros mejores momentos en la universidad o incluso en enseñanza media. Tenían la capacidad de hacerme reír a carcajadas con cada imbecilidad que saliera de sus labios. Además, estaba completamente agradecida con ellos por cómo habían recibido a mi Olimpia o, como ellos decían, "nuestra Olimpia". La adoraban con el alma y la regaloneaban con cualquier cosa que se les ocurriera y eso fue así desde que supieron que Lara estaba embarazada, de hecho, guardo entre mis recuerdos todas las veces que mi esposa les mandaba a comprar algún antojo que le naciera y estos se organizaban, turnándose para cumplir el cometido. Sin duda los amaba.

—Creo que Kikín va a venir solo —comenté, llamando la atención de Andrea—. Parece que tuvo un problemita el otro día con Rodri... Problemas de pareja, quién no los tiene —dije.

¿Arte? Es amarte (LGBT) (LESBIANAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora