CAPÍTULO XXXII: LA PROFESORA DE DISEÑO

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Tal y como decían todos mientras estábamos en Enseñanza Media, la Universidad era un mundo completamente nuevo. Era todo libertad y estrés, podías hacer lo que querías, pero tener la capacidad mental de autorregularte para cumplir con los requisitos de cada ramo, porque de lo contrario, simplemente cagas. A nadie le gusta echarse ramos, claro que no.

Andrea había decidido estudiar arquitectura, probablemente de ahí había conocido a Catalina, ya que, al parecer, se encontraban en la misma área. No sé de dónde saca a tantas chicas para presentarme, siendo que con suerte me agradan una de cada diez que alcanzo a conocer.

La semana ya había comenzado, pero no tenía ramos tan difíciles este año, la mayoría eran agradables, al igual que los profesores, que, en realidad, tan solo debías saber tratarlos. Para algunos simplemente eran unos hijos de puta, sin vida, que adoran reprobar a todos para que estén un año más en la carrera, pagándole a la universidad.

Por costumbre, durante los almuerzos intentábamos juntarnos todos en el casino central de la universidad, claro, siempre y cuando tuviéramos el tiempo suficiente, porque algunas veces solía suceder que todos tenían que hacer algo importante en ese período, y, por lo tanto, nadie siquiera pensaba en el almuerzo. Tal vez por eso estábamos ligeramente mas delgados, o, como Fernando, al cual le había crecido una pequeña panza por comer tanta comida rápida.

Por suerte, los lunes por lo general podíamos estar juntos, por lo que a las una ya estábamos todos juntos. Además de Catalina, que había encontrado a Andrea en algún pasillo y la había seguido hasta encontrarse con nosotros. Desesperante.

—La Andrea salió de la clase con cara de perro —dijo de repente Catalina, intentando hacernos reír, lo cual no funcionó, obteniendo una mirada de desagrado por parte de todos. Mi Andrea jamás podría tener cara de perro-. O sea, lo digo porque... no sé, parece que le tocaba algún fundamento del diseño, o algo así, ¿o no? —le preguntó nerviosa a Andrea, quien palideció.

—Ah, si... si, o sea, no es por eso. Me llegó hoy, así que me siento mal —se excusó rápidamente.

—Juré que era por la profe, amiga. Es súper pesada esa hueona, pero tan linda... —dijo, ganándose una mirada de desconcierto al decirle "amiga" a Andrea, quien ahora se encontraba notablemente nerviosa—. ¿Cómo es que se llama? Igual llegó recién nomás, creo.

—No, no. Si a nadie le importa saber el nombre de la loca —contestó violenta, Andrea—. Cállate.

—Pero deja que diga el nombre po, a lo mejor me la joteo —bromeó Fernando.

—Creo que es de apellido Faúndez, no sé, es joven —respondió Catalina, aun pensando en el nombre.

Qué gracioso, una profesora de diseño en la universidad que se apellidaba Faúndez, como si todas estuvieran destinadas a trabajar en cosas relacionadas con el arte. Era una simple e irónica coincidencia.

Mientras Catalina buscaba en su celular el nombre de la profesora, como si a alguien realmente le importara, Andrea me miraba fijamente, bastante nerviosa. Me percaté de esto debido a que me observaba de reojo, como si no me quisiera dar la cara.

—¡Aquí está cabros! Se llama Lara Faúndez, profesora de fundamentos del diseño —soltó de pronto, provocando que todas las miradas se dirigieran rápidamente a mí, con expresión de asombro.

Mi expresión no era muy diferente, pero la mía realmente se mezclaba con cierta rabia. Como si el rencor que sentía por lo que ella había hecho, hubiera nacido, o renacido probablemente, de la nada, con una llama nueva y sumamente potente.

Ahora el nerviosismo de mi amiga había tomado sentido en mi mente. No quería que supiera. Sentía deseos de enojarme con ella, culparla, decirle algo producto de la rabia que sentía, pero sabía que era estúpido desquitarme con ella, y por supuesto, que no tenía culpa de nada, después de todo, probablemente esta era su primera clase con Lara. Además, no debe ser en absoluto fácil decirle a tu mejor amiga que su ex, la loca que la dejó tirada apenas habían comenzado a tener algo, porque fue estúpida y se asustó, estaba dándole clases de diseño en la universidad. No, no debía ser para nada fácil.

—Yo... yo no quería decirte, Sam —trató de disculparse Andrea—. Mira cómo te pusiste...

—No... no te disculpes —dije levantándome del asiento—. Dijiste facultad de artes, ¿cierto? —le pregunté al aire prácticamente, dirigiéndome a paso veloz a donde jamás pensé que iría.

Mis amigos estaban pasmados, incluso estresados por las mil preguntas que comenzó a hacer Catalina con respecto a la profesora y a mí, que se podían escuchar en todo el casino de la universidad. De ella me encargaría más tarde, lo más relevante siempre va primero. 

Era tiempo de reencontrarme y encarar a una conocida. Tan solo esperaba que aún siguiera en ese lugar. 

¿Arte? Es amarte (LGBT) (LESBIANAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora