Capítulo 13| "El agente perdido"

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Capítulo dedicado a ZairaMarinOrtiz ❤️ por ser una gran lectora.

(...)

ADMES

Toda la conversación que mantuve con Acacia, daba vueltas sin cesar en mi cabeza, llenándome de incontables dudas.

Aún me costaba trabajo asimilar de que hubo un momento en mi vida, en que fui un humano, tuve una madre y un padre que posiblemente me amaron y me esperaron con ilusión, me costaba creer que me arrebataron mi vida para así convertirme en ésta criatura sobrenatural.

Un pequeño ruido me pone en alerta mientras merodeaba fuera de la casa de Eleonor, me dirijo de forma cautelosa hacia el matorral de dónde había provenido el ruido y me inclino a revisar. Muevo las ramas en busca de lo que sea que estuviese oculto, pero me detengo al ver una serpiente tirar su cabeza hacia adelante para así morder mi mano.

La observo fijamente al no sentir dolor alguno. Ella se encontraba con sus colmillos clavados en la palma de mi mano, pero no sentía nada. Hago una mueca al pensar de que si me hubiesen dado la posibilidad de ser un humano, pude haber sentido algo. Dolor, ardor, lo que fuese que se siente ante la mordedura de una serpiente.

Tomo al animal de la cabeza y la obligo a liberarme, después la lanzo lejos de ahí, no iba a correr el riesgo de que después fuese hacerle daño a Eleonor o a su padre.

Cupido… dejo salir lentamente la respiración cuando ese nombre invade mi mente otra vez.

¿Quién era verdaderamente Cupido?

Presentía que el teatro de ser la entidad encargada de llevar amor al mundo, era simplemente para ocultar lo que verdaderamente era; de lo contrario, ¿Por qué se había dedicado a recolectar las anomalías a través de los siglos? ¿Qué quería de ellos? Y la pregunta más grande, ¿Qué había hecho con ellos?

¿Iba a querer llevarse a Eleonor con él?

Eso no lo permitiría.

Aún no podía creer todo lo que Acacia sabía, era sorprendente el grado de inteligencia que poseía esa chica, además, podría decir que era una gran actriz, pues ahora estaba seguro de que detestaba tanto a Cupido como a Aurelio, por haberle robado su vida como humana.

Observo nuevamente la palma de mi mano, donde antes habían quedado dos pequeños orificios a causa de la serpiente, ahora no había nada.

Muevo mi mano y luego camino hacia el gran ventanal delantero de la casa de Eleonor. Me detengo y miro hacia el interior; las luces estaban encendidas, ella se encontraba sentada en un sofá frente a su padre. Su expresión era vacía, era como si aún no pudiese creer todo lo que había pasado en esa noche.

Hice una mueca al verla de esa manera, a la vez que pensaba en el horror que sería dejar que Cupido se adueñara de ella. Cierro las manos en puño mientras me dedico a negar con la cabeza, estaba seguro de estar dispuesto a desaparecer, si era necesario para mantenerla a salvo.

Me desvanezco y aparezco dentro de la casa, justo detrás del asiento donde se encuentra sentado su padre. Ella levanta la mirada y se pone de pie, sonriendo abiertamente al verme.

—Admes —susurra, sin borrar su sonrisa—, pensé que no volvería a verte.

Miro al hombre sentado delante de mí. Ni siquiera se había inmutado al escuchar a su hija hablarle a la nada, simplemente continuó con su vista clavada en el periódico frente a él.

—No voy a abandonarte —le aseguro, devolviéndole la sonrisa.

Un destello de emoción irradió su mirada, lo que ocasionó que la emoción despertara también en mí. Nunca nadie me había observado a cómo lo hacía ella. Ella me veía de una manera tan espectacular, que incluso me hacía creer que solo existíamos ella y yo en el mundo.

No sabía si era por el simple hecho de ser la única humana que podía verme, pero Eleonor Mitre despertaba en mí, cosas que nunca antes había sentido. Con solo verla me provocaban tantas ganas de convertirme en humano, poder tomarla de la mano con naturalidad y que así todo el mundo pudiera vernos. Deseaba tanto presumir que yo también podía ser amado.

Un vacío se instaló en mi estómago al recordarme que ella tenía su alma gemela, algo que no podía cambiar. Ella simplemente estaba destinada a permanecer al lado de Colin Sámaras.

—Eleonor, hazme un favor —ella dejó de mirarme al escuchar la voz de su padre.

Ni siquiera yo recordaba que él estaba presente.

—Ve a la biblioteca y tráeme un libro de tapa gris, que se encuentra al lado de tus libros de ballet clásico.

—Pero…

—Anda, hija —insistió el hombre—. Obedece.

Ella asintió y se giró para luego caminar hacia las escaleras, la miré alejarse y quise ir con ella, pero había algo que no me permitía moverme de dónde me encontraba; estaba inmóvil, era como si una fuerza invisible me tuviera sujeto de los pies y las manos.

Miré al padre de Eleonor con terror, negándome a creer en que fuese él quién me retenía ahí.

El hombre se puso de pie y se giró. Sus pupilas celestes miraron directamente a mis globos oculares, lo que me hizo jadear de la desesperación. No era posible que él también pudiese verme…

¿Quién era ese tipo?

—Así que no eres tan fuerte, ¿Verdad, Admes? —sonrió con suficiencia, haciendo con ello que su mirada brillara—, ni siquiera puedes liberarte. Y eso que perdí la tercera parte de mis habilidades cuando hice la transferencia a humano.

Intentaba abrir mi boca, pero no podía, era como si algo retuviera mi garganta con fuerza, quitándome incluso el aire.

—Eleonor estaba perfectamente antes de que aparecieras, ahora, gracias a ti, él se ha enterado de que es una anomalía bastante poderosa.

El hombre caminaba de un lado a otro con su cabeza baja. Yo no podía dejar de verlo, tratando de descifrar quién me estaba hablando. El sujeto era un hombre de al menos 45 años, jamás podría ser un Agente, pues nuestra apariencia era la de un joven de 20 a 25 años.

—No tienes idea de quién soy, ¿Verdad? —sonrió, negando con la cabeza—. La niebla de Cupido te borró todos los recuerdos —balbuceó casi para sí mismo.

Llevé ambas manos hasta mi cuello cuando me sentí libre otra vez. El hombre había vuelto a sentarse, a la vez que tomaba el periódico de nuevo.

—¿Quién eres? —pregunté con voz rasposa.

—Alguien que hace 25 años estuvo en tu misma posición —contestó—, allá en la agencia solían llamarme Aquiles.

Mis labios se separan al escuchar aquel nombre; todos los recuerdos de pronto llegaron a mi cabeza. Recordaba ver a Aquiles merodear por los pasillos, presumiendo sobre la cantidad de almas que había unido. Él era un tipo alegre, amaba lo que  hacía.

Aún recordaba la ocasión en la que se nos había informado que Aquiles había desaparecido. Él era el agente que había destruido su rosa azul.

—Aquiles —repito, pensando en lo que había hablado con Acacia.

Sonrío al imaginar la emoción de ella cuando se enterara sobre quién era el padre de Eleonor.

¡Él era su hermano!

—Acacia —digo—, ella…

—No le dirás nada a Acacia sobre mi paradero, ¿De acuerdo?

Frunzo el ceño al escuchar la seguridad con la que me pide aquello.

—Es tu hermana. Eso es egoísta de tu parte.

—Si ella lo sabe, todos estaremos en riesgo. Conozco a Acacia, y sé que si se entera, hará lo imposible por dejar la agencia. Y eso no es conveniente.

Rodeo el sofá, y me siento frente a él.

—¿Cómo te convertiste en humano?

—No importa. No te lo diré porque tú no lo harás.

Abro mi boca, pero él me detiene levantando una mano.

—La única posibilidad de que Eleonor se mantenga a salvo, es si tú sigues siendo eso —señala con desprecio—, pero si dejas de serlo, le darás toda la libertad a Cupido de que se apodere de ella —él me lanza una mirada de advertencia—, al igual a como lo hizo con su madre.

Me quedo en silencio al escuchar aquello. Paso ambas manos por mi rostro y suspiro. En todos los siglos que llevaba en aquel trabajo, nunca imaginé que pasaría por algo como eso. Por mucho tiempo Cupido fue una entidad a la cual le tenía gran respeto. Con solo ver la felicidad en los humanos al encontrar su alma gemela, me hacía sentir privilegiado al estar a su servicio. Pero eso cambió con el tiempo. Tuve sospechas de algo ocurría cuando comenzó a reunirse con seres extraños en su oficina. Y ahora, con todo lo que había pasado con Eleonor, no me quedaba la menor duda de que él no era bueno.

—Espera… Eleonor piensa que su madre está muerta —mascullo, levantando la mirada otra vez.

—La madre de Eleonor fue la anomalía de éste siglo —asintió él—, nunca nadie esperó que un agente transferido a humano, con una humana, pudiesen tener una hija —dijo, encogiéndose de hombros—. Es por eso que la anomalía se repitió con su nacimiento. Y al ser mi hija, la vuelve la anomalía más fuerte que jamás haya existido. A tal punto, que sin que ella lo sepa, desde su nacimiento ha sido la persona que me ha mantenido fuera del radar de Cupido —un destello de tristeza cruzó su mirada cuando la desvió—, lamentablemente su madre no tuvo la misma suerte. Me la arrebataron días después de que dio a luz. Desde entonces, desconozco su paradero. Por esa razón es mejor que Eleonor la crea muerta. No deseo que haga preguntas.

Doy un asentimiento al comprender que tenía razón al ocultarle tal cosa. Mientras menos supiera, más segura estaría.

Él miró hacia las escaleras.

—Eleonor vendrá en dos minutos exactamente diciéndome que no ha encontrado el libro, así que escucha —apunta, extendiendo sus manos al frente—. Eleonor es mi más grande tesoro, por lo que, debes de ayudarme a protegerla. Debes de mantener alejado a Aurelio, bien sabes sobre lo testarudo que es —muevo mi cabeza en señal de afirmación.

—Las anomalías son nuestra debilidad, Admes. Todo agente que le ha correspondido unir una anomalía con su alma gemela, ha terminado enamorándose hasta el punto de renunciar a ser sobrenatural, para así transferirse a la vida humana. Tú no lo hagas, sé que no puedo evitar que la ames, pero si renuncias a tu deidad, todo estará perdido.

Él dirigió su mirada hacia las escaleras, después tomó su periódico e hizo como si yo no existiera nuevamente. Con esas simples expresiones, supe que Eleonor estaba a punto de bajar, así que me desvanecí, y volví al sitio donde estaba antes de que ella subiera.

Segundos después, la observé bajar las escaleras con el ceño levemente fruncido. Miró a su padre de manera sospechosa, y después a mí.

—Papá, no he encontrado ningún libro de tapa gris… y he buscado por todos los rincones de la biblioteca.

Él bajó su periódico y le sonrió.

—¡Oh cariño! ¡Qué tonto soy! —exclamó, extendiendo su mano hacia la mesilla que estaba al lado de su sofá—, mira, acá está —sonrió, elevando el dichoso libro.

(...)

¡Más misterios que salen a la luz!

Mil gracias por leer y apoyar  ésta historia.

¡Ya sobrepasamos  las 3 mil lecturas! 😍😍😍

Las  quiere, Fran.
















































Agentes del Amor © {Terminada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora