Capítulo 3. El principio del fin.

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Llegué a California, mi mayor deseo era conseguir seguridad, al menos sentirme seguro, fui directamente a mi departamento, entré, fui al refrigerador, busqué lo más práctico. Lo primero que encontré fue una jarra con leche, y un paquete de galletas. Así que fue la cena más práctica de mi vida. Cuando terminé de comer, fui a la cama, y al momento de apenas de tocarla, me quedé dormido. Dormí hasta las 7:35 a.m., me vestí, y salí rápidamente a la sede de la O.A.S.D. Cuando llegué, fui rápidamente a la oficina de la señorita Thompson, a punto de darle el archivo a Mariah. Abrí la puerta.
—Mariah.
—Señor Lewis, ¿qué tal la misión?
—Casi muero si no hubiera sido por la agente Copper.
—Qué triste. Yo le dije que hiciera un informe, y me lo enviara contigo.
—Aquí está.
Le di el informe, y ahí hablaba de un líquido que acabaría con todos los agentes, que mancharía la tierra de sangre, era algo que se llamaba Veneno. Era un líquido potente para potenciar las capacidades físicas y mentales de las personas, y también manipula y controla las mentes. Era capaz de crear un ejército militar mejorado con niveles extraordinarios de telequinesia y fuerza aumentada. Llevaba unos materiales complejos, pero un problema es que llevaba los míticos cristales de León. Son 3 cristales, uno está en la sede de Londres protegido, otro en la misteriosa y desconocida isla Tiki, y el último estaba en un lugar frío y nevado, que nadie conoce.
—Wow, esto es grave. Tienes que ir ahora mismo a vigilar el cristal en Londres. —dijo Mariah muy asustada.
—Como ordene.
Al instante fui a mi casa, tomé mis cosas, y me fui a Londres. Pasaron varias horas en el avión. Pero cuando llegué salí lo más rápido que podía del aeropuerto y fui a mi hotel que estaba justo al frente de la sede. Comencé a revisar los expedientes de los Cristales de León, con su poder podrían acabar con lo que sea y en las manos equivocadas sucedería una tragedia. Luego decidí irme a seguir leyendo en la cama, pues la silla del escritorio era bastante incómoda (mala elección), fui a la cama. Seguí leyendo por unos minutos, y de repente me quedé dormido. No obstante, sabía que mi deber era primero, debía apurarme leyendo los informes sobre los cristales por mucho sueño que tuviera. Me levanté de nuevo y continué leyendo acerca de esos diamantes mágicos.

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