Capítulo 16. Refugio.

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Pasaron varias semanas, ya se acercaba la asamblea anual de la O.A.S.D., la cual definiría si Veneno acabaría con el mundo como lo conocemos. Mientras tanto estábamos refugiados en casa de los Copper. Parecían unas vacaciones, solo descansábamos, disfrutábamos, y apreciábamos cada momento como si fuera el último que pasaríamos juntos, más que todo Val y yo, estábamos más unidos que nunca. Sin duda éramos almas gemelas.
Eran las 7:36 p.m. Marjorie, Tanner, Zack, Connor y Constance estaban viendo películas en la sala de estar. Mientras Val y yo estábamos en el jacuzzi.
—Entonces, al fin estamos tranquilos. —dijo Val.
—¿Podemos tomar esto como una luna de miel? —pregunté sarcásticamente.
—No, antes debemos casarnos, y tomaremos una luna de miel gigante. Como la de mis padres. —exclamó Val.
—¿Y tu padre? ¿Dónde crees que esté?
—Mi padre murió cuando tenía 9. Lo asesinaron.
—¿Qué? Vaya, lo siento.

En eso se me ocurrió algo. Podía darle una sorpresa a Val, si fuera a buscar a Tobby y Kiki a casa de mi tía, y traerlos acá. Así al menos sería una distracción espontánea. Salí del jacuzzi, me vestí y pregunté:
—Connor, préstame tu camioneta. ¿Puedes? —pregunté.
—Si claro, tómala. —dijo mientras me lanzaba las llaves.
—¿A dónde vas? —preguntó Val.
—A casa de mi tía Linda. Pronto sabrás a qué. No me tardo. —exclamé.
Salí de la residencia, y fui manejando hacia las afueras de California. El camino era de varias horas. Pero valía la pena. Fue un viaje largo, como si el universo quería que no fuera allá, todos los semáforos estaban en rojo, había tráfico, tenía poca gasolina, y estuve mucho tiempo en la fila. Encendí mi celular y salí de la casa de Val a las 6:49 p.m. Y eran las 7:43 p.m. Y aún faltaba camino.
Parecía que jamás llegaría pero al fin, la casa de mi tía estaba a unas calles. Después de mucho tiempo, estacioné la camioneta de Connor, me bajé y toqué la puerta de la casa.
—¿Quién? —exclamó tía Linda.
—Tía, soy yo. —exclamé.
—¡Ah! —abrió la puerta— Sebastian, que gusto verte, mira qué guapo estás.
—Hola, Tía ¿cómo estás? —pregunté.
—Muy bien, y más de verte. Pasa por favor, sobrino. —dijo alegre.
Entré, la casa estaba limpia, acomodada, arreglada, hasta pintada. Me parecía algo sumamente raro.
—Siéntate sobrino.
—Lo lamento tía, pero vine a buscar a Tobby y Kiki y luego me iré.
—¡¿Disculpa?! —gritó fuerte.
—Sí, estoy pasando por una situación difícil, y sé que esos dos perritos me alegrarán, me los llevaré por un tiempo.
—Lo lamento yo, pero ellos de aquí no se van, tú nunca los cuidaste, yo fui, yo fui quien los alimento, los cuido y demás. No puedes venir a mi casa a exigirme que te entregue los perros. Ellos ahora son mi vida.
—Ouch. —dije.
—Pero... La ecuación tiene solución Sebastian, y me faltó decirte que Kiki tuvo un cachorro hace unas semanas, es niño, lo llamé Tiddy, no sé si te gusta, pero es su nombre, te escribí cuando nació pero no respondiste.
—Tía, no me escribiste.
—Si lo hice, revisa tu celular.
Encendí mi celular, entré a los mensajes, y ¡poof!, mi tía si envió el bendito mensaje.
—Ups, lo siento, pero hace unas semanas estaba en París a punto de morir, tranquila, nada radical.
—Si quieres puedo darte a Tiddy.
—Claro, ¿puedo verlo? —pregunté.
—Claro.
Mi tía fue hacia a el patio, espere en el sillón. Y en unos momentos venía el cachorrito corriendo con todas sus fuerzas hacia mí, era un hermoso chihuahua blanco con manchas color beige.
—Wow, que lindo. —dije expresando mis profundos sentimientos.
—Es tuyo. Ahora deberías irte. No vaya a ser que te encuentren por aquí, y probablemente te sigan a donde vayas. —exclamó mi tía.
—Sí, claro, gracias tía. Adiós. —dije mientras le daba un beso en la mejilla.
Ella cerró la puerta, con Tiddy en mis brazos, me monté en la camioneta de Connor, coloqué a Tiddy en mis piernas, encendí la camioneta, y me fui del lugar.

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