Capítulo 27: El fin de un ciclo, el inicio de una vida

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Laura 19.5.2018

Estábamos en Almería aislados y alejados del ambiente urbano de la capital. Habíamos decidido retirarnos unos meses de la vida pública para dedicarnos a nuestra familia y a la futura llegada a casa de un nuevo miembro. Estaba embarazada ya de ocho meses y los médicos me habían recomendado reposo. La salida de la academia fue igual o peor que dieciséis años atrás. El acoso mediático fue constante. Todos querían saber las intimidades de la relación que volvíamos a tener David y yo. No podíamos ni ir al Mercadona prácticamente así que optamos por alejarnos de Madrid y que mejor opción que el Cabo de Gata donde habíamos vivido alguno de nuestros mejores momentos antaño en esa casa que mi rulos tenía con tan buenas vistas. Titulares de todo tipo habían inundado teles, radios y prensa escrita. Desde 'Triunfó el amor' hasta '¿Cómo hacer florecer sus carreras otra vez?'. Detractores y seguidores de nuestra oportunidad al amor. Me los había tomado a pecho y más de un ataque de nervios me habían provocado. Sin embargo, al cabo de un mes de volver a la rutina ya me daban igual.

Llevaba unos días con molestias aunque no les prestaba atención ya que eran soportables. Era sábado y Ella había llegado el día anterior para pasar el finde con nosotros. El reloj marcaba las diez de la mañana. La pequeña miraba los dibujos en la tele, David estaba respondiendo a unos correos urgentes y yo actualizando mis redes.

D: Oye Ella – apareció en el salón tirándose en el sofá a mi lado – ¿Quieres pasar la tarde con la prima Claudia y los abuelos?

E: ¡Sí! ¿Podré ir a la piscina? Porfi, porfi – pidió suplicante.

D: Claro.

E: ¿Me harás una trenza, Laura? Es que luego se me enredan los rizos – sonreí enternecida asintiendo – ¿Podemos ir a la playa?

D: ¿Vamos un rato? – me preguntó con cara de corderito degollado.

L: Vale.

Nos pusimos ropa cómoda y bajamos a la cala más cercana. La temperatura era agradable y el día soleado. En Almería siempre se está bien, por eso no es de extrañar que en mayo Ella ya fuera a la piscina y se quisiera bañar en el mar, hecho que David no le permitió ya que no llevaba el bikini. Solo se mojó las piernas y yo los pies. La niña jugó con los perros mientras los adultos descansábamos en la arena.

D: ¿Estás bien? – me observó una mueca.

L: Sí, sí.

D: No me digas que estás de parto...

L: No estoy de parto. Anda ayúdame a levantar.

Tiró de mí y me puse en pie. No tenía mucha tripa pero sí antojos: helado de chocolate, pepinillos en vinagre, galletas... Lo que peor llevaba era no poder comer jamón. Volvimos a casa a preparar la comida, es decir, un tupper de lentejas de la Mari. Peiné a Ella con dos trenzas de raíz y a las tres de la tarde David la llevó a casa de sus padres. En su ausencia algo cambió. Las molestias matutinas se transformaron en fuertes dolores que me obligaban a doblarme. Las famosas contracciones habían llegado y de qué manera...

D: Ya estoy en casa – dijo mi rulos a las cuatro y cuarto de la tarde – Perdón por el retraso. Ya sabes cómo es mi madre... se enrolla y se enrolla como una persiana – se asomó al salón – ¿Laura?

L: David... el niño está en camino – me puse en pie y una fuerte contracción me azotó. Me agarré a ÉL con fuerza.

Abrió los ojos como platos soltando un 'no puede ser' y comenzando a hacer aspavientos con las manos. Se había puesto nervioso. Empezó a caminar de un lado a otro de la casa en busca de la bolsa que habíamos preparado por si acaso. De su boca salían palabras sin ton ni son.

Dejemos el pensar atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora