Capítulo 23: Tú, yo y una vida por delante

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22.01.2018 Laura

"Esto no me puede estar pasando a mí... esto es una pesadilla, estoy soñando, estoy dormida, no es verdad"

L: Has... has vuelto... – balbuceé luchando contra las lágrimas que querían vencerme.

D: Sí Laura, aquí me tienes.

Me repasó de arriba abajo y lo vi fijarse en la incipiente tripita que se apreciaba bajo el jersey. Sonreí con dificultad y busqué contacto con sus ojos nuevamente.

L: Es un niño – susurré conmovida.

D: Lo sé. Ayer me lo dijiste. Lo adiviné – hizo una pausa – Por cierto... feliz decimosexto aniversario – sacó de dentro de la chaqueta una rosa roja envuelta en papel plateado.

L: Gracias – murmuré atrapando al vuelo una lágrima rebelde.

A falta de jarrones, la metí dentro de una botellita de agua. David se desprendió del abrigo y de la maleta. Teníamos mucho a hablar pero que se hubiese acordado que el día anterior cumplía años esa mítica actuación ya me indicaba que quería recuperar la normalidad en cuanto antes.

L: ¿Te apetece cenar? – pregunté tímidamente.

D: Vale – aceptó – ¿Pedimos algo?

Encargamos una pizza a domicilio. Mientras nos esperábamos, nos sentamos en el sofá con tal de comenzar a rehacer lo que habíamos estado a punto de tirar por la borda.

D: Lo siento – musitó de entrada.

L: No, no es tu culpa. Fui yo.

D: No debí haberte pedido matrimonio tan rápido. Se me fue la pinza. Además, no respeté tu decisión y me arrepiento. He estado pensando y no necesito ningún papel para decirte que te quiero y que quiero estar contigo toda la vida.

L: David... me cogiste de sopetón. Tenemos que hacer las cosas bien esta vez. No podemos precipitarnos. Universal puede estar lejos pero nadie te asegura su desaparición definitiva. Claro que me quiero casar contigo, joder, llevo más de trece años deseándolo, pero vayamos poco a poco. Primero el peque.

D: Es verdad.

Nos quedamos unos minutos en silencio. Me fijé en sus ojos. Estaban anegados de lágrimas. Sin poder reprimirlo le rodeé el cuello con mis brazos envolviéndole en un cálido abrazo en el que ambos nos rompimos.

D: No quiero perderte, Laura... me muero si no estás... no soy nada... – me susurró al oído. Me estremecí – Te necesito tanto... he sido muy estúpido.

L: Ya está – le acaricié los rizos – Ambos hemos sido tontos, hemos dejado que los reproches formaran parte de nuestra rutina y no nos ha salido bien, pero todo ha pasado. Estás aquí, estoy aquí, estamos aquí.

D: Detengamos el tiempo, por favor.

L: Ojalá, rulos, ojalá... – suspiré escondiendo la cara en el arco de su cuello y derramando unas tímidas y silenciosas lágrimas. Deposité un beso en su clavícula.

D: Te amo, Laurita.

L: Y yo, David.

La magia del momento la interrumpió el pizzero al cual maldije interiormente. Me levanté secándome la cara con una mano. Le abrí mostrando una ligera sonrisa. Incluso le firmé un autógrafo. Regresé al salón y dejé la caja sobre la mesita de centro a la vez que David ponía la mesa. La cena se convirtió en una batalla campal de trozos de jamón, atún y aceitunas. Las lágrimas se convirtieron en risas que inundaron el espacio convirtiendo la pena en alegría.

Dejemos el pensar atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora