19. Viejo sentir

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Se escucha respirar la noche
mis pensamientos se disparan
las balas salen solas.

Hay un gallo que canta demasiado temprano
un gallo con insomnio, como yo.

No tengo frío, ni calor,
su recuerdo me mantiene templada,
me fumo varios cigarros y me miro las manos.

Cada vez me quedan menos anillos
y menos palabras.

Tengo al pesimismos danzando en mitad de mi habitación, el muy cabrón huele a whisky,

me mira y me sonríe burlón
se ha empeñado en seguirme a todos lados como un cobrador del frac
embargando mi esperanza.

Y ahí va esa chica otra vez paupérrima en triunfos
con la boca seca de beberse el aire
del cual a veces se alimenta.

Elocuente a ratos y con ganas de guerra,
tanta paz hay en ella que le repugna
su caos, lucha a capa y espada.

Pendiente de lo que más se le escapa,
el tiempo... Enemigo y amigo
que te recuerda la muerte,

fiel compañero para el olvido del amor,
invisible testigo de tus recuerdos.

Ella no tiene sonrisa
se la pinta con dagas que presumen de humor.

Flota en la niebla que el mar va dejando
cuando la noche late con brillo lunar.

Procura salir con discreción
escondida en si misma, odia a la gente
la caída de las flores, de las hojas en otoño.

Odia la televisión, prefiere algún libro
o encerrarse en su música, odia vivir donde vive, extranjera, inmigrante
en su pueblo sectario
apuntada, señalada, acusada.

Montañas de prejuicios  a sus espaldas
y mierda en la esquina de su casa.

Una extraña en un mundo
al que no pertenece, en su mundo
de fotocopias, replicas, días repetidos

paisajes que perdieron su valor
por observarlos con frustración.

Ella al menos vuela, tiene alas
por eso pierde la cabeza a menudo
y juega con ella misma a inventar
su vida.

No todo es malo, su mirada no se
ha cegado del todo, puede ver
tiene criterio, una loca racional.

Le gustan las flores que nacen del fango
el olor del café recién hecho de las mañanas
el sonido de los pájaros volando libres.

Ese gallo que canta en horas descompensadas
quizás le cante a ella, o se esté quejando
por ser ave y no poder volar.

Le gusta la noche, su soledad
ver como se mezclan todos sus sueños
en una gran orgía perfecta.

El atardecer con colores en acuarela
dibujado en el cielo por la paleta de algún pintor que ya se fue.

Ver como muere el sol cada atardecer
y se baña en el mar, apagando su fuego.

Le gusta su mar, el olor a sal que pica en la nariz, el jazmín  de noche, el olor a lluvia cuando se mezcla con la tierra.

Las noches de verano mirando las estrellas, jugar a cazarlas, sostener la luna en sus dedos,
esa rubia tan deliciosa que se bebe.

Le gusta su cuaderno negro de páginas
amarillentas, le gusta los besos juguetones
las caricias descubiertas.

Escribirse, inventarse, fumarse al verbo,
destilar la tinta del poeta.

Mimar a su loca locura
caldear sus tripas con sopas de letras

y morirse de deseo por descubrir
los que esconden unos ojos...

Que esperan pegar sus primeros pasos
sin que nadie los sostengan.

Rebeka V.

La octava luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora