Cuando todo estallaba por los aires, hablaban en lenguajes tan distintos que cada vez que las palabras cruzaban el abismo de sus esófagos, un mar con olas de seis metros ahogaban tantos oídos sordos.
Se amaban con la cabeza en el pecho y el pecho en la locura, y aun así, todos los colores primarios del arcoiris se volvían de tonos grisáceos.
Como cuando en preescolar el chico que te gustaba te tiraba del pelo y te hacia burla y sonaba esa frasecita hecha y absurda de "los que se pelean se desean".
Como una manzana de caramelo que contenía en su interior el pecado original y a Eva sacándole el dedo corazón a su Adam.
Se querían tan incondicionalmente que las condiciones se pusieron en huelga de piropos, de besos y de polvos sin previo aviso.
Se jungataban y se partían en partes desiguales, se querían tan cerca que hasta el oxigeno pedía a gritos respiración asistida.
Y aún así cada vez que se cruzaba la delgada linea de la desilusión, del miedo gritando desconsolado, pánico de su propio reflejo, y de la pérdida insaciable que supone ser un yonki de su amor...
Caían en la cuenta de que restar al tiempo la suma de todos los besos, caricias y abrazos que se habían regalado durante todo el proceso
Multiplicaba al cuadrado la paz interior, que no da margen a los recuerdos, el bienestar de un amor que daba más seguridad que una caja fuerte blindada de hierro.
Que no merecía ser vaciada con actos injustificados de silencios muertos.
Rebeka V.