A la mañana siguiente, Elizabeth regresó a la central con la mente algo más despejada, el tequila pareció funcionar, aunque la resaca posterior no era lo que tenía en mente para iniciar el día. Como era habitual, los reportes la esperaban en su escritorio, esta vez, con su querido compañero, John, adjunto.
—Qué bueno que llegas, Elizabeth. ¿todo en orden? Te vez más cansada de lo usual.
—De maravilla —expresó con sarcasmo —y estaría mejor si no estuvieras aquí.
—Al parecer alguien anda en sus días y no son buenos.
—Ahórrate los chistes y sal de mi oficina.
—En todo caso, saldremos juntos —inquirió riendo.
—Directo al grano que no tengo tiempo —replicó molesta.
—La triada de chicas que encontramos, eran estudiantes de la Universidad de Melbury. Testigos que pasaron por la zona las reconocieron y luego de procesar el shock inicial, nos reportaron que eran estudiantes de Medicina; Psiquiatría, cardiología y cirugía para ser precisos. —pausó para checar el documento —. Fueron vistas con vida por última vez saliendo del campus, el resto es historia. Tal parece que son de las últimas víctimas del asesino si su juego numérico resulta ser cierto.
—Harían falta la tres, dos y...
—solo una —interrumpió —prepara tus cosas y sube al auto. Te dije, saldríamos juntos.
Dubitativa y expectante, se marchó con John sin saber dónde se dirigían, su imaginación no la había preparado para lo que vería y su experiencia le decía que aún no había visto lo peor.
El lugar que los recibía era una vieja preparatoria en precarias condiciones. Su antiguo dueño y director, se había "suicidado" hace algunos años, por lo que su esposa quedó al mando del lugar. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que ella abandonara el puesto, así como la ciudad, tras el posterior asesinato de su hija. Tal parece que no solo los recuerdos deambulan por los pasillos de la Preparatoria Thompson.
Sentadas en el blanco suelo, teñido de carmín, una frente a la otra, dos mujeres de negra cabellera, piel suave y rostro enrojecido por el frio de la muerte que las silenció, se veían una a la otra, sosteniendo con sus manos entrelazadas una rosa blanca con pétalos teñidos en azul, rojo y negro.
En el vacío de sus pechos descorazonados, una rosa negra ocupaba el lugar de la primera mientras su contraparte poseía una color carmesí.
Alrededor de aquella retorcida pieza de arte humano, con la misma sangre que brotó de ella, un ojo las envolvía referenciando la visión del asesino. Colocando su musa, su lira de poeta, sus víctimas y presas, en la niña de sus ojos, como lo único que puede ver.
Toda buena obra no puede estar completa sin un marco que la acompañe, en este caso no fue la excepción; una pieza de madera las separaba, enmarcando ambos lados de una misma escena. No había rastro de tortura visible, parece que murieron en paz; quitándoles la vida, les dio lo que él no puede encontrar.
Una tenía a su lado una libreta negra con el número dos en la cubierta y la otra una igual, pero de color rojo con el número tres.
Para ver a detalle, Elizabeth se puso el equipo de protección para no dañar la escena, se acercó y se vio reflejada en un espejo rodeado de sangre, redondo como una pupila, ubicado entre ambas chicas bajo la rosa que levantaban. Este tenía inscrita la frase:
"Me encontrarás cuando te encuentres..."
Era una frase de su libro favorito. El mensaje era para ella.
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El asesino de ojos azules
Misterio / Suspenso"Los ojos son las ventanas del alma, y los de John son las puertas del infierno" El odio encendió su corazón y solo la sangre puede apagarlo. No te confundas con el azul de sus ojos porque la maldad se oculta detrás de ellos. Jugaron con su corazón...