Capítulo 4: Bendición y Maldición

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Salvado por su ángel guardián de cabellos rojizos, Nero subió a la camioneta de sus captores junto a ella. Demasiada confianza tuvo él, en esta misteriosa persona.

Dentro de la camioneta, salieron del árido lugar a toda velocidad, dejando atrás al misterioso grupo de secuestradores.

Nero, analizaba sin cesar a esta mujer alada. La miraba de pies a cabeza, intentando deducir si era algo real, o una alucinación.

— Enano degenerado, mis ojos están aquí arriba. Deja de mirarme tan lujuriosamente —manifestó en apariencia molesta, pero burlándose del joven.

— ¡No estaba mirando eso!, yo solo... no entiendo nada, no sé qué está sucediendo. ¡Y no soy un enano! —acotó ofendido.

— Pero no estás negando lo de degenerado, significa que me consideras atractiva —siguió burlándose de Nero.

Nada tenía sentido, solo quedaba aún más confundido al intentar hablar con aquella misteriosa mujer. Hubo un breve silencio, hasta que Nero lentamente comenzó a ponerse nervioso nuevamente.

— ¿A dónde vamos? —preguntó Nero. El aún estaba asustado, desde que comenzó su día había sido secuestrado, casi asesinado, y salvado por una misteriosa mujer con alas.

— Debo llevarte a un lugar seguro. Esas cosas todavía no deben saber quién exactamente eres —contestó la mujer, usando un tono serio pero sereno mientras manejaba, sin desviar la vista del frente —. Además, no quiero que Antonino me regañe por no cumplir mi papel.

— ¿Conociste a mi papá? —inquirió intrigado Nero al escuchar nombrar a su padre por aquella mujer.

Ella suspiró, como quejándose por tanto parloteo del muchacho. Levantó su ala emplumada izquierda, tapando la cara de Nero por completo para que dejara de hablar, metiéndole plumas en la boca.

En ese momento, Nero pensó molesto: "¿Es en serio? Acabo de ser secuestrado, ¡de nuevo!"

Después de varias horas conduciendo, la misteriosa mujer se detuvo. Llegaron al pleno centro del Gran Mendoza, donde dejaron abandonada la camioneta dentro de un estacionamiento. Debían borrar todo rastro antes de irse al escondite.

Antes de salir al público, el ala izquierda emplumada comenzó a encogerse hasta ser succionada dentro del omoplato del ángel pelirrojo.

Caminando entre la muchedumbre de los comercios del gigantesco centro de Ciudad, ambos seguían sin hablarse. Nero ya estaba molesto, por lo que, poniéndose firme con ella, entabló un interrogatorio. Sintió confianza al estar rodeado por personas.

— No seguiré. Dime quién eres, o qué eres... ¿Por qué conoces a mi padre? —preguntó, deteniéndose abruptamente durante la caminata.

Mirándola Nero con una seriedad abrumadora, ella sintió un gran peso en el ambiente proviniendo del muchacho.

Toda la gente que iba, y venía, pasaba alrededor de ellos. Algunos los ignoraron; otros miraron con curiosidad, esperando algo interesante.

— Soy Natalie Turner, Ex Teniente en la fuerza militar Estadunidense, División Aerotransportadora —se presentó, mirándolo fijamente a los ojos. Él, no vio falsedad en sus palabras —. Antonino Di Leone, fue mi mejor amigo...

Nero sintió un pavor alarmantemente nostálgico. El nombre de su padre siempre despertaba miedo y tristeza en él. Bajó su cabeza, miró al suelo, perdiendo toda viveza.

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